Mont Sant-Michel es a Francia lo que la gran pirámide de Guiza a Egipto. Exagerado o no, la abadía y ex prisión estatal, centro de peregrinación desde el siglo VII, es un símbolo nacional. Ahora, tras diez años de obras, ha recuperado su carácter insular, tal y como fue concebido por sus constructores. Una isla de Normandía en el Atlántico. Eso es lo que ha vuelto a parecer este Monte Tombe que comenzó a ocupar un espacio en la historia cuando Aubert, obispo de Avranches, hizo elevar en el año 708 un santuario en honor al arcángel San Miguel. Desde ese momento, el Mont Saint-Michel se convirtió en un lugar importante de peregrinaje. Hoy lo sigue siendo, pero de turistas que se acercan a esta montaña mágica que parece un espejismo, ya en los límites de la cercana Bretaña, a la que solo perteneció durante 66 años a lo largo de su historia. Todos lo hacen a través de una nueva pasarela peatonal que conecta la tierra firme con el monumento, una vez que se suprimió definitivamente en octubre de 2015 la carretera levantada en 1879 y los coches tienen prohibido su paso a esta isla que ya únicamente habitan cuarenta personas, entre monjes y vecinos. Solo los vehículos privados de carga y descarga pueden traspasar dos puertas del monumento, a primera hora de la mañana, para distribuir sus mercancías en las tiendas y restaurantes de la roca.. Claro que no siempre es así porque en este estuario del río Couesnon quien manda son las mareas salvajes, que, condicionadas por el influjo de la Luna, se retiran de la costa unos quince kilométros para regresar vertiginosamente con la mascaret . Esta pequeña ola-tsunami se desplaza a la velocidad de un caballo galopando, para llenar, ahora aún más, todas las marismas que hasta hace poco eran invadidas por coches y turistas, rompiendo el encanto del paraje y de esta inexpugnable mola asentada sobre contrafuertes de granito rosa y gris, que la elevan 78 metros hacia el cielo....
Javier Carrión. Viajar, enero de 2016
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