sábado, 30 de enero de 2016

En Borgoña

Denominada Luz del Mundo y Madre de la Civilización, Cluny fue centro de la cristiandad durante los siglos XI y XII de la mano de la orden benecdictina. La abadía fundada en el año 910, tuvo bajo su dependencia más de dos mil monasterios repartidos por toda Europa que solo respondían al mandato del Papa. Paseando entre sus ruinas es fácil evocar el espíritu de aquella época, aunque de su grandiosa iglesia y del conjunto de la abadía solo subsiste una décima parte tras la Revolución Francesa. Más al norte, la perfección románica de la catedral de Autun me atrae como a tantos peregrinos a lo largo de la historia. La ciudad presume de pasado romano con el mayor anfiteatro de toda la Galia. En cambio, la cara más verde y exuberante de la Borgoña se halla en el cercano Parque Natural de Morvan, una reserva repleta de bosques de hayas, robles y encinas, lagos y sendas para caminantes y ciclistas. Uno de ellos nos lleva a Vézelay, un lugar bautizado como la "colina prodigiosa" se impone sobre el horizonte kilómetros antes de llegar a la ciudad. Se trata de la iglesia románica más grande Francia y, si bien su fachada no llama especialmente su atención, el interior es un prodigio de claridad en un edificio románico, gracias a sus dimensiones y a la alternancia de piedras blancas y rojizas. La última hora del día es el momento perfecto para visitar Vézelay, mientras los monjes rezan y cantan en un ambiente cargado de incienso y de espiritualidad. Inmerso en esta atmósfera pienso que aquí empieza la Vía Lemovicensis que lleva a Santiago de Compostela; esta ruta jacobea nació en el siglo XII cuando la abadía proclamó que guardaba las reliquias de María Magdalena. Otra curiosidad: hoy todavía se reúnen aquí los Hermanos de Jerusalén en recuerdo del fraile que en 1146 lanzó una soflama tan convincente que dió lugar a una masiva peregrinación a Tierra Santa y a la Segunda Cruzada. Al final del trayecto está esperando Auxerre, la primera capital de Borgoña, donde también me aconsejan que llegue pedaleando o en un recorrido fluvial por el río Yonne. Me decanto por la vía fluvial  porque la ciudad está recostada sobre el río en una estampa perfecta de calma y sosiego solo rota por las torres góticas de la catedral de Saint-Étienne y la iglesia de Saint-Germain, en el barrio antiguo. Pero el acierto del recorrido fluvial lo confirmo al descubrir que la región del Yonne es cuna del Chablis, un vino blanco de terciopelo, único en el mundo, cuyo transporte a través del río corría antiguamente a cargo de una comunidad de marineros cuyos descendientes siguen navegando en el corazón de una región con nombre de vino.
Iñaki Gómez. Viajes. National Geographic.nº 191

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