Hace unos veinte años pasé una semana en Veulettes-sur-mer (Seine-maritime), invitada por mi amiga MJL, de la que he hablado en uno de mis primeros textos:"De qué hablo cuando hablo de tejer". Una amiga con la que siempre estaré en deuda por todo lo que aprendí con ella. La diferencia de años que nos separaba lejos de ser un obstáculo acrecentaba mi interés por ella que siempre me relacioné bien con gente de más edad que la mía. Me acogió en la entonces su casa de Veulettes, el antiguo pabellón de caza de la casa familiar. Su padre, cuyo busto me mostró en el hall de la Cámara de Comercio de Rouen, fue el último propietario de una fábrica textil de las muchas que desaparecieron en la segunda mitad del siglo pasado en Normandía. Había cuidado con esmero la educación de sus hijos; así mi amiga que había contado con un preceptor siendo niña, se diplomó en Sciences Politiques en París, y más tarde, ya en España por su matrimonio con un vasco, orientó sus estudios hacia la filología logrando una carrera de brillante profesora, escritora y traductora de textos medievales y renacentistas. Ella me reveló el simbolismo de mi afición por tejer, inicialmente chales, ahora textos:"Quieres a alguien y al momento tienes miedo de perderle, haces tu malla para retenerle y no solamente se une a tí sino que acaban sujetos entre sí". Los días de Veleuttes, casi siempre grises y nublados, como corresponde a esa costa a dos pasos de Inglaterra, además de afianzar nuestra amistad, fueron una especie de stage de refuerzo cultural porque siempre me enseñaba algo nuevo. Un día en la playa, cuando regresaba de su baño diario, poco importaban las nubes o la lluvia fina, yo la esperaba haciendo equilibrios sobre el manto de piedras. Tomó una de ellas, se acomodó a mi lado y me habló de Moore... El gran innovador, el gran maestro de la escultura moderna, el escultor que sin olvidar la tradición supuso el arranque de la modernidad, siguiendo los pasos de Brancusi y de Rodin. Sus formas redondeadas, los huecos, los agujeros, la visión del volumen interno. Formas que están sacadas de la naturaleza: piedras, rocas, huesos, conchas, ramas de árboles a los que a veces incorpora algún signo real del cuerpo humano, su obsesión por la figura reclinada.... Todo lo que ahora veo en las piezas de la plaza.
Estuve dos veces en el Obradoiro contemplándolas. El domingo pasado, tarde primaveral, con mucho público, sobre todo familias con niños que las tomaban por asalto, buscando los huecos, tratando de introducirse en ellos. Padres impasibles frente a mi indignación muda, callada. Indignación no justificada como supe más tarde, ya que, según me explicó MM, mi amiga y colaboradora, la aproximación del arte al público, sus numerosas instalaciones en calles, jardines y plazas fueron deseos expresos del escultor. Volví el jueves a primera hora de la tarde, necesitaba verlas en silencio y soledad, la luz, más tenue, desvelaba una perspectiva nueva del lugar, sugiriendo algo cada una de ellas y entonces tal vez por el contraste con el tamaño de las figuras, recordé aquel poema de mi juventud, de León Felipe , cantado por Paco Ibañez:
"Así es mi vida/ piedra,/ como tú. Como tú/ piedra pequeña;/ como tú,/ canto que ruedas/ por las calzadas/ y por las veredas;/ como tú,/ guijarro humilde de las carreteras"....
Piedras de Veulettes. Piedras de una gravera cerca de la casa de Moore. Piedras humildes en las que el escultor supo ver su grandeza, la que hoy admiramos en sus obras maestras.
Carmen.Glez. Teixeira
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