domingo, 31 de enero de 2016

Henry Moore de Normandía a Compostela

Se acaban de instalar seis esculturas de Henry Moore en la Plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela. Una exposición dispuesta en el magno salón, a cielo abierto, que es esta plaza, en la que los edificios que la conforman, tres de ellos civiles miran a la Catedral que ocupa el frente de la plaza flanqueada por el Palacio de Gelmírez y por el Claustro. Un libro de imágenes que recorre la historia del arte desde el románico al gótico tardío, al renacentista-plateresco, del barroco al neoclásico. No sabemos que pensaría Moore si hubiera podido observar sus obras expuestas en este lugar. Me atrevo a aventurar que no lo desagradaría. Por  sus dimensiones, los bronces de gran formato se integran en el espacio de un modo natural como si hubieran sido creadas para situarlas aquí. Su presencia suscita de inmediato el contraste entre la tradición y la modernidad así como la importancia de los materiales y las formas siempre en relación con la naturaleza. La primera de las piezas que encontramos al entrar en la plaza, viniendo de Fonseca, Pieza de bloqueo, está acompañada de un texto del propio Moore :"Estaba jugando con dos piedrecillas que encontré y que estaban unidas y no podía separar. Así que me pregunté  cómo habían podido adoptar esa posición....esto me dio la idea de crear dos formas que pudieran hacer algo similar...". Estas líneas encierran el detonante de lo que escribo hoy. Leer la palabra piedrecilla me hizo ver la playa de Veulettes-sur-mer, en Normandía,  en marea baja cubierta de piedras, negras, grises, algunas blancas. De allí viene la de la fotografía que ilustra este texto....




Hace unos veinte años pasé una semana en Veulettes-sur-mer (Seine-maritime), invitada por mi amiga MJL, de la que he hablado en uno de mis primeros textos:"De qué hablo cuando hablo de tejer". Una amiga con la que siempre estaré en deuda por todo lo que aprendí con ella. La diferencia de años que nos separaba lejos de ser un obstáculo acrecentaba mi interés por ella que siempre me relacioné bien con gente de más edad que la mía.  Me acogió en la entonces su casa de Veulettes, el antiguo pabellón de caza de la casa familiar. Su padre, cuyo busto me mostró en el hall de la Cámara de Comercio de Rouen, fue el último propietario de una fábrica textil de las muchas que desaparecieron en la segunda mitad del siglo pasado en Normandía. Había cuidado con esmero la educación de sus hijos; así mi amiga que había contado con un preceptor siendo niña, se diplomó en Sciences Politiques en París, y más tarde, ya en España por su matrimonio con un vasco, orientó sus estudios hacia la filología logrando una carrera de brillante profesora, escritora y traductora de textos  medievales y renacentistas. Ella me reveló el simbolismo de mi afición por tejer, inicialmente chales, ahora textos:"Quieres a alguien y al momento tienes miedo de perderle, haces tu malla para retenerle y no solamente se une a tí sino que acaban sujetos entre sí". Los días de Veleuttes, casi siempre grises y nublados, como corresponde a esa costa a dos pasos de Inglaterra, además de afianzar nuestra amistad, fueron una especie de stage de refuerzo cultural porque siempre me enseñaba algo nuevo. Un día en la playa, cuando regresaba de su baño diario, poco importaban las nubes o la lluvia fina, yo la esperaba haciendo equilibrios sobre el manto de piedras. Tomó una de ellas, se acomodó a mi lado y me habló de Moore... El gran innovador, el gran maestro de la escultura moderna, el escultor que sin olvidar la tradición supuso el arranque de la modernidad, siguiendo los pasos de Brancusi y de Rodin. Sus formas redondeadas, los huecos, los agujeros, la visión del volumen interno. Formas que están sacadas de la naturaleza: piedras, rocas, huesos, conchas, ramas de árboles a los que a veces incorpora algún signo real del cuerpo humano, su obsesión por la figura reclinada.... Todo lo que ahora veo en las piezas de la plaza.  

Estuve dos veces en el Obradoiro contemplándolas. El domingo pasado, tarde primaveral, con mucho público, sobre todo familias con niños que las tomaban por asalto, buscando los huecos, tratando de introducirse en ellos. Padres impasibles frente a mi indignación muda, callada. Indignación no justificada como supe más tarde, ya que, según me explicó MM, mi amiga y colaboradora, la aproximación del arte al público, sus numerosas instalaciones en calles, jardines y plazas fueron deseos expresos del escultor. Volví el jueves a primera hora de la tarde, necesitaba verlas en  silencio y  soledad, la luz, más tenue, desvelaba una perspectiva nueva del lugar, sugiriendo algo cada una de ellas y entonces tal vez por el contraste con el tamaño de las figuras, recordé aquel poema de mi juventud, de León Felipe , cantado por Paco Ibañez:
 "Así es mi vida/ piedra,/ como tú. Como tú/ piedra pequeña;/ como tú,/ canto que ruedas/ por las calzadas/ y por las veredas;/ como tú,/ guijarro humilde de las carreteras"....

Piedras de Veulettes. Piedras de una gravera cerca de la casa de Moore. Piedras humildes en las que el escultor supo ver su grandeza, la que hoy admiramos en sus obras maestras.

Carmen.Glez. Teixeira

No hay comentarios:

Publicar un comentario