viernes, 8 de enero de 2016

Muere Pierre Boulez

Terrible y divino Zeus de la Música. Fue un joven despiadado con sus maestros, un genio precoz que intuía lo que nadie podía ver y que era inclemente con el público. Fue también un director único para alcanzar límites de tensión inimaginables. Fue el dios de la guerra hecho músico. Pierre Boulez tenía 19 años cuando se presentó ante Olivier Messiaen, uno de los padres de la vanguardia, que impartía clase de Armonía en el Conservatorio de París. Boulez que había estudiado Ciencias Exactas antes de consagrarse a la música , mereció al maestro el siguiente comentario anotado en su diario:"Ama la mús. moderna". !No sabía Messiaen  hasta qué punto desmedido!. Pronto se reveló Boulez como un enfant terrible , tan elegante en sus maneras y vestimenta como orgulloso de su intelecto privilegiado y furibundo en las opiniones musicales que defendía."Como un león desollado" anotaba Messiaen... Boulez rápidamente decidió situarse en el extremo opuesto de todas las escuelas de composición de la primera mitad del siglo XX, las que recogían la herencia del romanticismo tardío con un toque cosmético de atonalidad, y se erigió en portavoz, censor y fuerza intelectual máxima de la música contemporánea más críptica. La Guerra era una herida incurable  y el mundo anterior tenía que ser borrado: Boulez promovió la creación de un lenguaje nuevo, liberado de las estructuras tradicionales, futurista sin descanso. Rompió con Messiaen, despreció a su generación y se alió con poetas como René Char y exploradores de las nuevas texturas surgidas del serialismo, la música electroacústica y la aleatoriedad. Naturalmente Boulez se especializó en autores de la primera mitad del siglo XX como Ravel, Debussy, sus antes denostados Schönberg, Stravinski, Bartók y Varèse.... Hasta el momento de su muerte ha sido el principal director invitado de la Sinfónica de Chicago tras ocupar el podio de las más prestigiosas orquestas, tales como la Filarmónica de Viena y la de Berlín o la Sinfónica de Londres...
P. Unamuno, El Mundo, jueves 7 de enero 

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