Todo empezó como una broma y terminó como una obra clave de la literatura anticlerical, un texto tan relevante por su disección de una realidad concreta como por su inesperada vigencia tantos años después. Diderot comenzó a escribir La Religieuse, en forma de cartas dirigidas a un potencial salvador, para tomarle el pelo al Marqués de Croismare, destinatario de esas falsas misivas. Reescrito como novela el texto se publicó póstumamente erigiéndose en objeto de controversia por su cuestionamiento del uso de la mujer como valor de cambio, por parte de las familias burguesas con dificultades económicas, en la segunda mitad del siglo XVIII y por su feroz visión de la Iglesia como órgano de poder claustrofóbico y patriarcal. Ciento setenta años después de la publicación de la novela, Jacques Rivette pudo comprobar hasta qué punto seguían abiertas las heridas: su fiel adaptación, protagonizada por Anna Karina, mantuvo un largo pulso con la censura en medio de un clima de áspera controversia en el que participó, adelantándose en las filas de la acusación, el escritor François Mauriac. Cuando Guillaume Nicloux decidió abordar una nueva adaptación de La Religieuse tuvo muy claro en qué medida el texto de Diderot podía apelar a nuestro presente, en el que tanto el control de lo femenino como el fanatismo religioso sigue inspirando trágicos titulares de prensa. Lo que no entraba en sus previsiones era que las suceptibilidades católicas locales estuvieran todavía tan a flor de piel como para obstaculizar el uso de determinadas localizaciones: el equipo tuvo que trasladarse al monasterio alemán de Bronnbach para rodar sus escenas conventuales. El cineasta -que, acaso para airearse del clima opresivo de La Religieuse, hizo la lúdica y libre El secuestro de Michel Houellebec(2014), su siguiente proyecto- narra el calvario rumbo a la emancipación de la heroína , privilegiando una mirada naturalista, nada forzada, que le permite sortear los riesgos del encorsetamiento académico. Tres madres superioras puntúan el viacrucis de la heroína , encarnando contrastadas formas de control: del afecto casi maternal del personaje de Françoise Lebrun al deseo imperativo al que Isabelle Hupert aporta un extraño maridaje de trastorno y desamparo, pasando por la violencia inquisistorial de una Louise Bourgoin. Sobreviviendo a todos estos yugos, Pauline Etienne logra algo casi milagroso, ser una María Falconetti filtrada a través de Marion Cottillard.
Javier Ocaña. El País, 4 de diciembre de 2015.
Javier Ocaña. El País, 4 de diciembre de 2015.
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