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Le Clézio. |
Los libros que más dieron que hablar en el Congreso de la Lengua fueron el Quijote y El africano, de Le Clézio. Todo escritor tiene dos formas de huir de la literatura: llevar al límite el lenguaje o llevarse a sí mismo al límite. Jean-Marie Gustave Le Clézio ha hecho las dos cosas. La primera parte de su obra, inmersa en el experimentalismo, le valió con 23 años el premio Renaudaut por El proceso verbal y la admiración de capitanes del posestructuralismo como Foucault y Deleuze. La segunda parte, sumergida en la memoria de su familia, le valió el premio Nobel en 2008. Catorce años antes la revista Lire lo había señalado como el más grande escritor vivo en lengua francesa. En otro tiempo, con la mitad de esos méritos se lo habrían rifado nuestros editores pero la estrella de Le Clézio languidecía en España cuando la Academia Sueca lo declaró inmortal. El día que se anunció su entrada en el Parnaso, en las librerías españolas -antaño tan atentas a París como ahora a Nueva York- apenas había una edición académica y dos versiones latinoamericanas de sus libros. Eso sí, una de ellas era El africano, traducido por Juana Bignozzi para el sello bonaerense Adriana Hidalgo. Será por justicia poética o por sentido común, pero el caso es que el escritor de Niza que el mes que viene cumplirá 76 años que no aparenta, fue uno de los protagonistas del VII Congreso de la Lengua celebrado la semana pasada en Puerto Rico. Lo fue además sin darse importancia, ya se tratara de disertar sobre Cervantes delante de los Reyes o de charlar sin prisa con cuantos lectores -miembros de un club de lectura o estudiantes de bachillerato- quisieron reunirse con él. No sería exagerado decir que en Puerto Rico los dos libros que más dieron que hablar fueron el Quijote y El africano. Tampoco lo sería decir que al menos los que hablaban del segundo demostraron haberlo leído. Publicado originalmente en Francia en 2004 y traducido en Argentina meses antes del Nobel, El africano es un hito de ese subgénero inagotable que es al literatura de padres e hijos. La Segunda Guerra Mundial separó durante años la familia Le Clézio. El progenitor trabajaba como médico en un poblado de Nigeria en el que era el único europeo y en el que aprendió a trabajar sin antibióticos y a operarse a sí mismo. Mientras su esposa y sus dos hijos permanecían en Francia. El reencuentro se produjo en 1948. Fue entonces cuando el futuro escritor conoció a su padre, su austeridad y su autoridad. También, a veces, su brutalidad.....
Javier Rodríguez Marcos. Tipo de letra. El País, miércoles 23 de marzo de 2016
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