El encuentro con Lidia Falcón hace unas semanas en el estudio de nuestra casa me recordó una vez más, que tenía una tarea pendiente, una deuda que saldar con ese espacio del que llevo huyendo casi diez años. Sin duda un confinamiento es un buen momento para volver a la vida una biblioteca abandonada. La primavera pintando de colores el jardín durante las dos primeras semanas me servía de disculpa para posponer la tarea y prolongar mi fuga. Llegó abril, tormentas y aguas mil. La hora del repliego en casa.
¿Qué hace Cernuda entre Althusser y Mao Tse-tung? |
¿Por donde empezar? Pues partiendo de cero, sin otra solución, vaciando estanterías, montón a montón, libro a libro, y llenándolas de nuevo con sentido, con razón. Por el modo que me pareció más sencillo, el contenido. Viendo en el estado que estaban, mas vulnerables que los grandes y peor encuadernados, atiendo en primer lugar a los de formato pequeño. Y a pesar de mi temor, pronto descubrí que ordenarlos, además de una buena acción, podían ser un motivo de diversión. Extrañas alianzas que se producen entre los libros, vecidandes, parejas, dan cosas como estas:¿Qué hace Cernuda entre Althusser y Mao Tse-tung?, Carmen Martín Gaite parece haber caído mejor junto a Tamames. En un rincón veo a mi madre con La hoja roja de Delibes en sus manos. Ella que tan bien transmitió a sus dos hijos ese amor suyo a la palabra. Desfilan amigos y conocidos algunos con los libros que han escrito, otros con los que nos regalaron. En pocas palabras un auténtico revival. Caras olvidadas que se asoman en las portadas, primeros amores, primeros desengaños. Una vida empapeleda. Y eso era justamente lo que temía, que la emoción ganase la partida.
Pero, no, el esfuerzo físico que exige esta tarea de buscar un cobijo a tantos, tantos libros, no me lo permitió, no es momento para sentimentalimos. Hay que subir y bajar muchas veces las siete escaleras que separan cada uno de sus tres niveles, transportando libros de arriba a abajo y a la inversa. Hace ya bastantes años que una parte de ellos expulsados del estudio por falta de espacio buscaron refugio en los dormitorios, les gusta la humana compañía. Los primeros los los franceses que no contentos con apoderarse del corazón de su dueña, tapizan su habitación junto con otros que ahora vuelven a la biblioteca superior. Si añadimos las bajadas al garaje con los que desecho, por inútiles, para llevarlos más tarde, en un carrito de la compra, en su último viaje al contenedor. Una tarea que en total es completa. Todavía sin terminar, hay para rato. Un trabajo con el que mato dos pájaros de un tiro: el alivio moral de saldar mi deuda con la presencia del estudio, a la que, con esta resurrección de los libros siento contenta. Y el beneficio que conlleva el ejercicio físico al que me obliga, suspendidas mis grandes caminatas por aquí y por la ciudad.
Una pequeña Antología Poética (Espasa, 2002) de Cernuda me ofreció el título de este texto. Otro libro de pequeño formato, comprado hace cinco años en la Provence, en la librería de Actes Sud de Arlès, lo cierra: Je déballe ma bibliothèque/Desempaqueto mi biblioteca de Walter Benjamin, (Rivages poche, 2015). Nunca llegó a hacerlo. Su biblioteca embalada en cajas se quedó en París, mientras que él, huyendo de los nazis, llegó a Port- Bou, en la frontera franco-española. Allí murió en 1940. Muy cerca, al otro lado de la frontera, en Darnius, nací, ocho años después, de ahí mi recuerdo aquí. En momentos de incertidumbre y de encierro como los que vivimos en estos días, valoramos más que nunca el bien de la libertad, sin olvidar que el lugar donde nacemos decide nuestro destino al menos en su mitad.
Carmen Glez Teixeira
Pero, no, el esfuerzo físico que exige esta tarea de buscar un cobijo a tantos, tantos libros, no me lo permitió, no es momento para sentimentalimos. Hay que subir y bajar muchas veces las siete escaleras que separan cada uno de sus tres niveles, transportando libros de arriba a abajo y a la inversa. Hace ya bastantes años que una parte de ellos expulsados del estudio por falta de espacio buscaron refugio en los dormitorios, les gusta la humana compañía. Los primeros los los franceses que no contentos con apoderarse del corazón de su dueña, tapizan su habitación junto con otros que ahora vuelven a la biblioteca superior. Si añadimos las bajadas al garaje con los que desecho, por inútiles, para llevarlos más tarde, en un carrito de la compra, en su último viaje al contenedor. Una tarea que en total es completa. Todavía sin terminar, hay para rato. Un trabajo con el que mato dos pájaros de un tiro: el alivio moral de saldar mi deuda con la presencia del estudio, a la que, con esta resurrección de los libros siento contenta. Y el beneficio que conlleva el ejercicio físico al que me obliga, suspendidas mis grandes caminatas por aquí y por la ciudad.
Una pequeña Antología Poética (Espasa, 2002) de Cernuda me ofreció el título de este texto. Otro libro de pequeño formato, comprado hace cinco años en la Provence, en la librería de Actes Sud de Arlès, lo cierra: Je déballe ma bibliothèque/Desempaqueto mi biblioteca de Walter Benjamin, (Rivages poche, 2015). Nunca llegó a hacerlo. Su biblioteca embalada en cajas se quedó en París, mientras que él, huyendo de los nazis, llegó a Port- Bou, en la frontera franco-española. Allí murió en 1940. Muy cerca, al otro lado de la frontera, en Darnius, nací, ocho años después, de ahí mi recuerdo aquí. En momentos de incertidumbre y de encierro como los que vivimos en estos días, valoramos más que nunca el bien de la libertad, sin olvidar que el lugar donde nacemos decide nuestro destino al menos en su mitad.
Carmen Glez Teixeira
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