domingo, 19 de abril de 2020

Donde habiten los libros, no habita el olvido

El encuentro con Lidia Falcón hace unas semanas en el estudio de nuestra casa me recordó una vez más, que tenía una tarea pendiente, una deuda que saldar con ese espacio del que llevo huyendo casi diez años. Sin duda un confinamiento es un buen momento para volver a la vida una biblioteca abandonada. La primavera pintando de colores el jardín durante las dos primeras semanas me servía de disculpa para posponer la tarea y prolongar mi fuga. Llegó abril, tormentas y aguas mil. La hora del repliego en casa.
¿Qué hace  Cernuda entre Althusser y Mao Tse-tung?
 Ahora sí, por fin me planto ante esa biblioteca semidormida que se ha ido transformando en un un almacén de libros. Sin orden ni concierto se amontonan en los estantes o esperan, todavía en cajas, su turno para ocupar el sitio que les será asignado. Borrados los últimos rastros de las huellas del criterio de aquel que la organizó que, aunque ausente hoy, su presencia dejó. Los libros que la conforman son la suma de los que trajo el profesor de ciencia de política que aquí vivió y  de los que traje yo, profesora de francés que fui y sigo siendo a mi manera. Tenía 40 años cuando llegamos,  él doce más que yo. Como era de esperar, los libros no cesaron de medrar.  Esta biblioteca es el resultado de la vida de los dos.
 ¿Por donde empezar? Pues partiendo de cero, sin otra solución, vaciando estanterías, montón a montón, libro a libro, y llenándolas de nuevo con sentido, con razón. Por el modo que me pareció más sencillo, el contenido. Viendo en el estado que estaban, mas vulnerables que los grandes y peor  encuadernados, atiendo en primer lugar a los de formato pequeño. Y a pesar de mi temor, pronto descubrí que ordenarlos, además de una buena acción, podían ser un motivo de diversión. Extrañas alianzas que se producen entre los libros, vecidandes,  parejas, dan cosas como estas:¿Qué hace  Cernuda entre Althusser y Mao Tse-tung?, Carmen Martín Gaite parece haber caído mejor junto a Tamames. En un rincón veo a mi madre con La hoja roja  de Delibes en sus manos. Ella  que tan bien transmitió a sus  dos hijos ese amor suyo a la palabra. Desfilan amigos y conocidos algunos con los libros que han escrito, otros con los que nos regalaron. En pocas palabras un auténtico revival. Caras olvidadas que se asoman en las portadas, primeros amores, primeros desengaños.  Una vida empapeleda. Y  eso era justamente lo que temía, que la emoción ganase la partida.

Pero, no, el esfuerzo físico que exige esta tarea de buscar un cobijo a tantos, tantos libros, no me lo permitió, no es momento para sentimentalimos. Hay que subir y bajar muchas veces las siete escaleras que separan cada uno de  sus tres niveles, transportando libros  de arriba a abajo y a la inversa. Hace ya bastantes años que una parte de ellos expulsados del estudio por falta de espacio buscaron refugio en los dormitorios, les gusta la humana compañía. Los primeros los los franceses que no contentos con apoderarse del corazón de su dueña, tapizan su habitación junto con otros que ahora vuelven a la biblioteca superior. Si añadimos las bajadas al garaje con los que desecho, por inútiles, para llevarlos más tarde, en un carrito de la compra, en su último viaje al contenedor. Una tarea que en total es completa. Todavía sin terminar, hay  para rato. Un trabajo  con el que  mato dos pájaros  de un tiro: el alivio moral de  saldar mi deuda con la presencia del  estudio, a la que, con esta resurrección de los libros siento  contenta. Y el beneficio que conlleva el ejercicio físico al que me obliga,  suspendidas mis grandes caminatas por aquí y por la ciudad.

 Una pequeña Antología Poética (Espasa, 2002) de Cernuda me ofreció el título de este texto. Otro libro de pequeño formato, comprado hace cinco años en la Provence, en la librería de Actes Sud de Arlès,  lo cierra: Je déballe ma bibliothèque/Desempaqueto mi biblioteca  de Walter Benjamin, (Rivages poche, 2015). Nunca llegó a hacerlo. Su biblioteca embalada en cajas se quedó en París, mientras que él,  huyendo de los nazis, llegó a Port- Bou, en la frontera franco-española. Allí murió en 1940. Muy cerca, al otro lado de la frontera, en Darnius, nací, ocho años después, de ahí mi recuerdo aquí. En momentos de incertidumbre y de encierro como los que vivimos en estos días, valoramos más que nunca el bien de la libertad, sin olvidar que el lugar donde nacemos  decide nuestro destino al menos en su mitad.

Carmen Glez Teixeira

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