Estamos confinados sí, encerrados, pero tenemos las ventanas. Incluso los que viven en espacios pequeños de una sola ventana. ¿Se han parado alguna vez a pensar de cuántas otras ventanas disponemos? Empecemos por la más pequeñita de todas, que casi todos miramos cuando nos despertamos, la pantalla de nuestro tf móvil. ¿Han hecho un recuento de todo lo que entra desde el alba por esa ventanita? El afecto de la familia y de los amigos que están lejos, noticias, cultura a raudales: música, libros, arte y también risas, el humor que nunca falte. Por no hablar de todos los milagros de la tecnología, pasemos a esa otra ventana, a la más grande que, irrumpiendo en el salón, no para de informar sobre la evolución de la crisis, mañana, mediodía, tarde y noche con su comisión de expertos y de políticos que gustan de largos discursos los que o bien nos duermen o nos atontan con un mar de cifras y recomendaciones, pero hasta hoy pocos datos concretos. La misma ventana que, un poco después, nos hace olvidar este encierro con su oferta de películas, para los que no tengan sueño.
Y por supuesto, nuestra ventana. Haya muchas o pocas en nuestra casa, todos hemos elegido un punto de mira, todos tenemos nuestra torre vigía desde donde añoramos la libertad perdida. En el año 1998, durante un intercambio de puesto a puesto entre profesores de francés de Galicia y profesores de español de la región Pays de la Loire, estuve en Nantes tres semanas. Me acogió una familia de bourgeois-bohemiens, "bobos", en español, más o menos, "gente bien al mismo tiempo bohemia" de alto nivel cultural. Ella, profesora de francés en el instituto Talensac donde me destinaron a mí, era ademas traductora de ruso y juez de niños. Su marido profesor de derecho en la Universidad, uno de los promotores de un manifiesto de juristas franceses pidiendo la extradición de Pinochet arrestado en Londres. Vivían en el centro de la ciudad, en un palacete remodelado con un estilo desenfadado, en el que alternaban muebles antiguos con pinturas contemporáneas, algunas sin colgar, arrimadas a las paredes junto a libros esparcidos por el suelo en pequeños montones. En uno de esos montones encontré Immensités de Sylvie Germain (éditions Gallimard, col. Folio, 1993). El relato empieza así: un grupo de disidentes checos se reúnen clandestinamente en torno a un profesor de literatura, reducido a barrendero de las calles de Praga. Cada uno supone un dios Lar que lo protege en una de las habitaciones de su casa: uno lo sitúa en la cocina, otro en el balcón, un tercero en el desván y el ultimo en la bodega- El profesor coloca a su dios en les toilettes/el váter que se convierte en el lugar de lectura, de meditación y de dudas... Pues bien, mi lugar en esta casa, donde me siento protegida, es la cocina. Mi ventana por donde miro al mundo, una de las dos que tiene. La que mira al jardín de delante, la que da a la calle. Tengo una amplia mesa de trabajo, con algunos libros, dos ordenadores y varias libretas. Es la mesa donde escribo al tiempo que cocino, alternando cuerpo y espíritu como el profesor checo pero en un sitio bien distinto. Antes del confinamiento pasaban coches por las mañanas, gente poca, estos días ninguna, salvo un chico con su perro. Veo el ritmo de la estaciones en el jardín. El ritmo de los días lo marcan el repartidor de periódicos, el panadero, el cartero. Alguna vez el jardinero. Ahora los únicos coches que veo son los de reparto. El silencio y la calma envuelven este lugar retirado, lejos del mundanal ruido.
Mona Chollet en un articulo reciente: No es lo mismo no salir que estar confinado en casa (El País, 21 de marzo de 2020) formula esta pregunta. "¿Para qué puede servir este período de aislamiento personal y político?"Hace seis años publicó En casa, un alegato en favor de los hogareños, ahora insiste en que no es lo mismo elegir no salir que no poder hacerlo. Antes del confinamiento cuando se sentaba a leer junto a su ventana, el bullicio de la calle contribuía a su felicidad. "En cambio hoy, el mundo exterior nos envía vibraciones mucho menos alegres". ella nos sugiere que cuando cerremos la puerta de nuestra casa, abramos otra hasta lo más profundo de uno mismo. Que nos pongamos a una cierta distancia de las ventanas. Aunque no sea fácil, aunque nos de miedo. Es la ocasión de dar un vuelco a nuestro ser. Escribir, leer, soñar, ordenar son actividades que ayudan a ello. Que reunamos todos esos tesoros que tanto nos ayudaran cuando volvamos a pisar las calles de la ciudad.
Hoy se abren las puertas del confinamiento para los niños. Mi nieta que acaba de cumplir un año lleva semanas ensayando sus primeros pasos aunque este primer paseo no podrá ser en el Parque de Madrid-Río porque aún sigue cerrado.
Carmen Glez Teixeira
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