jueves, 3 de diciembre de 2020

Macron prepara la ciudad de la lengua francesa, 2

Capilla de Villers-Cotterêts

En la capilla de Villers-Cotterêts, que es de lo poco que se conserva intacto, el rey firmó entre el 10 y el 13 de agosto de 1539 la Ordenanza general del hecho de la Justicia, registrada el 6 de septiembre en el Parlamento de París y conocida como Guillemine o Guilelmine en razón del nombre de su redactor Guillaume Poyet, canciller de Francia. Son 192 artículos redactados con el objetivo de centralizar el reino. Cuatro artículos han pasado a la posteridad. Dos establecen que los nacimientos y defunciones deben inscribirse en los registros parroquiales, base del registro civil.

Otros dos (el 110 y 111) ordenan pronunciar y registrar todos los actos oficiales "en lengua maternal francesa y no en otra". Así la lengua administrativa dejó de ser el latín que hablaban las élites y los curas. El objetivo era permitir al pueblo una mayor comprensión de los veredictos, algo teórico porque solo en la cuenca del Loira y en París y alrededores se hablaba la lengua d'oil (francés antiguo) frente al sur que se expresaba en la lengua d'oc. El otro fin era obvio, reducir la influencia de la iglesia.

Quizá en ello influyó que Francisco I no se sentía cómodo en latín. Hablaba con fluidez italiano y español, aprendido de su madre, Luisa de Saboya, además de francés. Hombre de lecturas, Francisco I estableció por ordenanza el depósito legal de todo libro y dejó una biblioteca de 3.000 volúmenes, muchos de los cuales procedían del saqueo de la Biblioteca Sforza de Milán. 

La ordenanza de Villers-Cotterêts forma parte del despertar de las lenguas nacionales y estuvo precedida por la publicación el 18 de agosto de 1492 de la Gramática castellana de Antonio de Nebrija, primera en lenguas vernáculas. El latín, pese a todo, sigo siendo la lengua de comunicación y escritura de humanistas como Erasmo de Rotterdam. Y la lengua administrativa del Imperio Austro Húngaro hasta el siglo XIX. La iglesia católica, en aras a su universalidad, celebró sus oficios en latín hasta finales de los años 60 tras el concilio Vaticano II.

La historia de Villers-Cotterêts siguió después del reinado de Francisco I. Enrique II heredó de su padre dos aficiones: la caza y la juerga. En Villers-Cotterêts era capaz de matar ciervos en jornadas de ocho horas. También daba fiestas espléndidas con "la pequeña banda de damas de la corte" que encabezaba su amante oficial, Diana de Poitiers. De entonces data la expresión "divertirse como en Villers-Cotterêts".

Luis XIV hizo transformar el parque, rediseñado por André Le Nôtre, el jardinero de Versalles. Molière representó aquí su Tartufo. En la fiesta de la coronación de Luis XV, el festejo convocó a 140 actores de ópera y mil invitados trasegaron 80.000 botellas de Borgoña y champagne, reseña la web oficial del castillo.

Luego vino la resaca. Y la Revolución. Primero cuartel. Luego, depósito de mendigos del departamento del Sena que incluía entonces París. El antiguo teatro de Luis Felipe se convirtió en dormitorio de hombres; la capilla, en dormitorio femenino. Las paredes internas fueron derruidas para crear salas amplias fáciles de vigilar. Rejas y barrotes impidieron fugas.

Hospital militar durante la I Guerra Mundial, el castillo salió indemne pese a la cercanía de los campos de batalla. Después fue residencia de ancianos hasta 2014. Luego fue cerrado; sus ventanas y puertas quedaron tapiadas, un símbolo más de la decadencia del norte de Francia. En el pueblo queda un cine y el alcalde es del RN de Le Pen. Y entonces llegó Macron.

Iñaki Gil. el Mundo, viernes 27 de noviembre de 2020.

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