Leer a Julien Gracq es como introducirse en un paraíso intoxicante, donde, en medio de un paisaje bellísimo, siempre está a punto de brotar un convulso mundo de pasiones. Veinte años después de haber obtenido (y rechazado) el premio Goncourt por El mar de las Sirtes, Julien Gracq publicó en 1970 con su habitual editor francés José Corti La presqu'île (La península, Nocturna Ediciones, Madrid 2011), un volumen narrativo compuesto de tres relatos sin más unidad que la impuesta por el estilo y la inspiración del paisaje transfigurado de uno de los más grandes novelistas del siglo XX. La segunda parte independiente que daba título a aquel libro, La península, llega ahora en castellano editada por Nocturna . No quisiera quedar como un exagerado al afirmar que este libro de poco más de cien páginas, y en esta versión constituye un acontecimiento literario que, probablemente, no situará a Gracq en las listas de los best sellers; nunca fue, no podía ser un autor de muchedumbres, pese a su estatuto de clásico moderno en Francia, ya entronizado en los años noventa en los dos volúmenes de sus obras completas dentro de la Bibliothèque de la Pléiade. Gracq el escritor (escindido del profesor de geografía Louis Poirier, su verdadero nombre) hace habitable en sus novelas una Bretaña primordial y descrita en bellísima minucia como un lugar lleno de resonancias del tiempo ido pero a la vez sujeto al color y a las figuraciones de lo contemporáneo. El protagonista de La península, Simón, se pasa casi todo el relato conduciendo su coche y esperando trenes que pueden traer de pasajera a Irmangard, la amante con la que fantasea en un delirio diurno o sueño anticipado.
Vicente Molina Foix. El País, Babelia,El libro de la semana 6/7-4-12
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