domingo, 9 de octubre de 2016

En el café de los existencialistas

Sartre y Simone de Beauvoir 
Tiene Sara Bakewell (Bournemouth, 1962) el raro don de la oportunidad filosófica. Si su laureado Cómo vivir: Una vida con Montaigne respondía a una intuida nostalgia del yo íntimo en tiempos de ruido identitario, esta reivindicación del existencialismo responde al anhelo de libertad radical en los asfixiantes escaparates del pensamiento único. Porque eso fue el existencialismo, un hondo grito libertario, si aceptamos el axioma de Sartre según el cual la existencia precede a la esencia. Nada nos determina. El hombre es arrojado al mundo y debe construirse decisión a decisión, lidiando con la ansiedad que provoca la conciencia implacable de la responsabilidad personal. Fue esa ansiedad, preconizada por Kierkegaard, la que propaló un aura fúnebre de jersey de cuello alto lucido por extranjeros espirituales. Nada más lejos, al menos en la escena francesa. Los existencialistas fueron trasnochadores libertinos y carismáticos que exprimían la vida de café y boîte sin entrar en contradicción con sus tesis sino por coherencia con ellas, y así los retrató el espumoso Boris Vian. Demuestra Bakewell que el rigor no excluye la amenidad. Un grato instinto anglosajón para lo comercial sostiene el pulso de la autora, alentado por un tono confesional mediante el que la Bakewell madura se enfrenta a los ídolos intelectuales de su juventud. Se trata de hacer una lectura personal, alejada del academicismo de una monografía o una biografía , aunque cada afirmación está documentada en los apéndices..... No le perdona la autora a Sartre la deriva prosoviética y reivindica al autor de El ser y la nada, el que pone la libertad en el centro, de donde debería haber brotado un anarquismo que el segundo Sartre traicionó sometiendo su incuestionable inteligencia al diktat del Partido. Los mejor parados son Camus, cuyo sentido moral nunca cede a la razón ideológica; Merleau-Ponty, el fenomenólogo que a fuerza de ser fiel al estudio de las cosas mismas acabó abandonando el comunismo ; y la fundadora del feminismo moderno, una Beauvoir a la que nuestra ensayista parangona con Darwin, Freud o Marx en trascendencia social y que fue, además, una escritora sensible  y menos dogmática que algunos de sus colegas. A las normas -o a la reglamentada falta de ellas - de su peculiar relación con Sartre van dedicadas páginas admirativas, y no es para menos si pensamos en el París burgués de los 40 y los 50. El existencialismo puede ser vitalismo, nos redescubre Bakewell. Tomémoslo así. 
Jorge Bustos. El Cultural 7-10-2016
En el café de los existencialistas. Sarah Bakewell. Traducción de Ana Herrera. Ariel. Barcelona 2016.

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