martes, 4 de octubre de 2016

René Magritte en el Pompidou

René Magritte, mucho más que un pintor surrealista. El Pompidou sitúa al autor belga como pionero del arte conceptual de los sesenta y recorre sus vínculos con la filosofía. La leyenda lo ha erigido en genio del humor absurdo, heraldo del surrealismo de entreguerras y embajador de una patria muy dada a la causticidad, esa donde los reyes abdican por un día para evitar leyes incómodas y los primeros ministros se equivocan al entonar el himno oficial. Pero el belga René Magritte (1898-1967) fue más de lo que apunta esa versión oficial. Su obra de aspecto sencillo e incluso infantil, está impregnada de las preocupaciones filosóficas aún vigentes. "Eso es lo que hace que resista. Cada generación ha intentado encontrar unas claves para entender su obra, pero quedan muchas puertas por abrir", explica Didier Ottinger, director adjunto del Centro Pompidou y comisario de la gran muestra que el museo parisino dedica al pintor hasta el 23 de enero. Más que un maestro del chiste visual, la exposición lo define prácticamente como un filósofo. "El arte de pintar es un arte de pensar", dejó dicho el propio Magritte, que irrigó su obra con "una constante meditación crítica sobre la relación entre el mundo y el hombre", como afirmó Paul Nougé, jefe de filas del surrealismo belga. Toda nueva monográfica centrada en un nombre tan reconocido debe contener una tesis novedosa. La del Pompidou consiste en afirmar que Magritte no fue solo un surrealista. "El objetivo de la muestra es renovar la lectura de su obra y retirarle esa etiqueta de pintor surrealista, que lo ha encerrado en una categoría que sobrepasó con creces", confirma Ottinger."En realidad no fue un heredero del idealismo de inspiración romántica de los surrealistas parisinos que encabezaba Bretton, sino que estuvo inscrito en la escuela belga, de formación científica e inspiración marxista". La exposición tira de ese hilo y observa la relación de su obra con la gran filosofía, de Platón y Plinio el Viejo hasta Hegel y Foucault, quien le dedicó una obra de referencia que dignificó su producción y con quien mantuvo correspondencia hacia el final de su vida. Todos ellos se plantearon los problemas de la representación de la realidad a la que aspira el arte, empezando con el mito de la caverna. "La traición de las imágenes", en palabras de Magritte .....
Alex Vicente. París. El País, jueves 22 de septiembre de 2016

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