sábado, 8 de octubre de 2016

Marsella. Esa ciudad vieja y canalla

El MuCEM en Marsella
Corren las ostras y el buen rollo sobre el tejado del MuCEM de Marsella. Una frescura equivalente a la que el rompedor museo ha insuflado a la ardiente ciudad francesa. Una de las más versadas y canallas del Mediterráneo, famosa por esa garra que inspiró La Marsellesa. Después de que se lavara la cara en 2013 para ostentar la capitalidad cultural europea, la urbe portuaria vive un momento dulce como reclamo viajero, reforzado por los nuevos atractivos y los que siempre ha tenido. Desde la elegancia trasnochada de la Canebière, la gran avenida, a la huella de Le Courbusier  en la Cité Radieuse, su obra maestra. Del Château d'If inmortalizado en El conde de Montecristo y sus vecinas islas Frioul a las aguas turquesas de Les Calanques. De la recompensa de una deliciosa bullabesa al magnetismo del Vieux Port trufado de historias. El MuCEM o Museo de Civilizaciones de Europa y el Mediterráneo, del arquitecto Rudy Ricciotti, ocupa una posición estratégica, esa donde lo viejo se funde a lo nuevo. Desde lo alto del museo se puede atisbar el pueblo de L'Estaque que pintó Cézanne y frecuentó Van Gogh. También desde aquí, el Fort Saint-Jean, uno de los dos bastiones defensivos de Marsella, se puede tocar con los dedos. Un puente vertiginoso atraviesa el aire desde el museo hasta él para descubrir cómo la plaza de Armas se ha convertido en una atractiva zona de chill out o cómo sus murallas han abierto una vía directa a Le Panier, la ciudad vieja. Este Montmartre de Marsella es un laberinto de callejuelas estrechas y empinadas con ropa colgada al viento. Las fachadas de colores pastel y aires provenzales alternan con grafitis de tonos intensos entre tiendecitas de diseño, terrazas de garitos y un puñado de edificios singulares. Por ejemplo La Vieille Charité, un antiguo hospital convertido en centro cultural, o la casa de los Diamantes, con su fachada en forma de la piedra preciosa que construyó un rico mercader en 1570. Eso sí, para saborear Le Panier hay que detenerse en sus plazas: la Place de Lenche, la antigua ágora griega, está llena de terrazas; en la Place des Moulins hubo un día 15 molinos de los que hoy quedan dos sobre las fachadas de color lavanda; y la fotogénica Place des 13 Cantons, escenario de un popular soap opera francés, pilla de camino a la catedral de la Major. A sus pies, el mercado Les Halles de la Major es ideal para picar algo en sus puestos gourmet antes de dirigirse a La Joliette o zona del puerto nuevo con ganchos como Los Docks, los emblemáticos almacenes del puerto de Marsella transformados desde hace un año en un centro de comercios independientes. Y luego hay que sumergirse de nuevo en el frenesí del Vieux Port para contemplar desde el colosal parasol-espejo diseñado por Norman Foster esos barquitos que atracan aquí desde hace 26 siglos. Y para ver sicoge un barquito al Château d'If o L'Estaque, o se da un paseo por la playa hasta la cala de pescadores Vallon des Auffes....
Marta González-Hontoria. El Mundo 26 de julio de 2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario