Toda colección de arte es un retrato de su propietario. La que posee Alicia Koplowitz, que se expone desde hoy por primera vez en París, la describe como una silueta borrosa, rodeada de sigilo y de pudor. Cincuenta obras maestras de su propiedad se exponen hasta el 10 de julio en el Museo Jacquemart-André de la capital francesa, una cuarta parte de las que atesora a través del grupo Omega Capital y con las que se adivina una personalidad menos tentada por la luz que por la sombra. En la última sala una cita de la propia Kplowitz resuelve esta misterio. "Esta exposición es el resultado de esas emociones, pasiones y recuerdos inolvidables que han sido y son parte de mi vida", figura escrito en una pared. Resulta tentador visitar la exposición estableciendo paralelismos entre vida y obra, entre la personalidad de Koplowitz y la de numerosas mujeres presentes en sus lienzos, casi siempre recogidas en silencios interiores. "La colección transmite muy bien su personalidad", confirma el comisario, Pablo Melendo, exconsejero delegado de Sotheby's en Madrid. "Alicia es una mujer serena y reflexiva, nada frívola o mundana. Su colección no está construida con el criterio frío del inversor, sino con el placer que le procura observar y descubrir el arte", añade. El conservador jefe del museo Pierre Curie, opina lo mismo. "Ella dice que, en los momentos difíciles, siempre se ha resguardado en el arte. No explica cuáles, pero podemos adivinarlos", apunta, tal vez refiriéndose a la muerte prematura de su padre, un self man de origen polaco o a su sonada salida de FCC, tras vender su participación a su hermana Esther. La muestra también refleja sus intereses cambiantes en el arte. Arranca con Zurbarán, Canaletto y Goya, pero lo que parecía una previsible colección aristocrática española e italiana se termina desviando hacia la modernidad. Aparecen una naturaleza muerte de Van Gogh; una modelo de Toulouse Lautrec que no es prostituta ni cabaretera, sino una simple lectora; un lienzo de Schiele donde la modelo está vestida. Despunta una obra de Tàpies, más delicada que iconoclasta. Y otra de Lucien Freud, en la que el pintor evita por una vez mostrar la decrepitud carnal. El recorrido termina con una pequeña araña de Louise Bourgeois que, más que una estampa de la madre depredadora, resulta simpática. La vanguardia que le gusta a Koplowitz parece más serena que desgarradora....
Alex Vicente. París. El País, 3 de marzo de 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario