La editorial Wunderkammer tiene un nuevo libro-joya: los diarios y cartas de Pierre Loti, pseudónimo de Julien Viaud (Rochefort, 1850-Hendaya, 1923), oficial de la marina francesa y novelista de culto. Diario íntimo es una pieza exquisita que, más allá del placer y de la diversión que ofrece, recuerda al lector del siglo XXI que existen otras cartografías de lo literario aún por descubrir. Liberada de su condena al silencio secular, la escritura íntima de Loti revela su plena vigencia porque traza una geografía de lo humano que es exactamente la nuestra. En sus confesiones epistolares, Loti busca la presencia del otro, pues sabe que son sus amigos y familiares, con sus miradas, quienes otorgan sentido a su intimidad. Presumido y exhibicionista, se fotografía y reparte sus imágenes entre sus seres queridos; instagramer decimonónico, concibe la literatura como un juego de máscaras que no deja de ser un acto de fe en sí mismo. Desde un orgullo sin concesiones, Loti hace de la intimidad literaria un descanso para su misantropía. Entre el impresionismo y el exotismo, entre el determinismo naturalista y el romanticismo, el lector encuentra en Diario íntimo una escritura paradójica y espectacular que, como la vida de Loti, desborda subjetividad. Nuestro héroe crepuscular afirma con tristeza que "en todas las regiones del mundo, la ciudad moderna es la ciudad moderna". Una tautología terriblemente significativa porque podría haberla dicho yo misma ayer, melancólicamente acodada en la barra de un bar cualquiera. Las quejas del escritor sobre la pérdida de autenticidad de Oriente adelantan la paradoja del turista contemporáneo: exige del territorio ocupado una experiencia auténtica, pero la autenticidad, si un día existió, está irrevocablemente perdida por la ocupación. El resultado degradante lo conocemos todos. para Loti, un Argel de cartón piedra, "grangenado por nuestras costumbres"; para nosotros, la progresiva reconversión de nuestras ciudades en insultantes parque temáticos. Loti sufrió de nostalgia y nosotros, enfermos de posmordenidad, somos sus herederos. Fragmentado e inestable, buscó una creencia sólida y totalizadora con que dar sentido a su vida. Ateo y solitario, los viajes y la literatura fueron sus grandes verdades, lugares desde donde pudo armonizar su naturaleza arrebatada y sus necesidades espirituales, más allá de la fama y los salones de París.
Begoña Méndez. El Cultural, 16-6-2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario