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Vincent Perez, de izquierda, Emmanuelle Seigner, Eva Green
y el director R. Polanski posan para los fotógrafos en Cannes. |
Después de 11 días extenuantes, viendo mayoritariamente películas vacuas, pretenciosas, cargantes o simplemente mentirosas, tengo la sensación de que que el cine sigue existiendo a cuentagotas. Gracias a un señor llamado Polanski, que siempre ha poseído arte para contar historias con cámara, para atrapar a los espectadores más diversos, para inquietarte en mayor o menor grado. Pro-yectan fuera de concurso y clausurando de alguna forma el festival D'après une histoire vraie. No es una obra maestra, pero promete más cosas durante su metraje de lo que ofrece el tibio desenlace, no forma parte de ese grupo de películas eternamente memorables que ha creado este director (compruébenlo revisando o viendo por primera vez La semilla del diablo, Chinatown, El quimérico inquilino o El pianista), pero sí es capaz de tenerte interesado de principio a fin, de crearte tensión sin recurrir a los sustos, de que te envuelva el clima. A sus 83 años, Polanski mantiene su sello, su perversión y su sabiduría narrativa, no hay huellas de senectud en su personalidad. Coescrita con el también director Olivier Assayas D'après une histoire vraie te remite en su argumento a películas como La mano que mece la cuna, Atracción fatal, De repente un extraño, o sea, a la irrupción en la vida de los protagonistas de psicópatas con apariencia inmaculada y poder de seducción que acabarán convirtiendo en un infierno su existencia. Aquí, se trata de una escritora de éxito, autora de un bet seller en el que hablaba de la muerte de su madre, y la más cultivada, enigmática y comprensiva de sus admiradores. El idilio afectivo (Polanski sugiere con enorme sutileza que también hay algo en él de carnal) se va desmoronando con la aparición de anónimos amenazando a la escritora y con la conducta progresivamente bipolar de esa sofisticada incondicional a la que ha abierto su corazón...
Carlos Boyero. El País, domingo, 28 de mayo de 2017
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