viernes, 14 de septiembre de 2018

Borgoña en el Festival de Música Antigua de Utrech

Josquin Desprez
Pocos discreparán de que la polifonía renacentista es una de las creaciones más sofisticadas concebidas por el ser humano. Fue más de un siglo y medio de creaciones portentosas, plagadas de referencias cruzadas y homenajes, de una complejidad que nos deslumbra hoy tanto como entonces y que, bien interpretadas, provocan emociones estéticas incomparables con las que suscita cualquier otro tipo de música. Hay muchas maneras de darle vida y el Festival de Música Antigua de Utrecht ha sido durante los últimos 10 días un escaparate perfecto de aproximaciones muy diferentes para rememorar "la vida borgoñona" a finales de la Edad Media y comienzos del Renacimiento, un lugar y una época que fueron testigos de un florecimiento cultural inusitado en el que la música, mucho más que ahora, ocupaba un lugar central. 
El compositor más frecuentado ha sido, por méritos propios, Josquin Desprez, el "príncipe de los músicos", como aparece ensalzado en Musae Jovis, el lamento fúnebre que compuso tras su muerte Nicolas Gombert. En el tramo final del festival, la Cappella Mariana ha sido, con mucho, el grupo que ha lucido unas credenciales polifónicas más sólidas y emocionantes. El viernes por la noche, en la Pieterskerk, ofreció tan sólo dos obras: el imponente motete Miserere mei Deus, a cinco voces, una de las cimas del arte de Josquin, y la Missa pro defunctis in Memoriam Josquin Desprez, de su más que probable discípulo Jean Richafort, que en el Gradual y en el Ofertorio cita la música de un fragmento de una chanson  de su maestro con un texto autoexplicativo:"C'est douleur sans pareille"/ "Es dolor sin igual". El grupo que dirige Vojtech Semerád, cinco extraordinarios cantantes checos y el gran contratenor belga Daniel Elgersma, logró la hazaña de mantener la concentración expresiva en todo momento en una interpretación flexible y técnicamente perfecta en la que el texto, a pesar de la complejidad contrapuntística, se entendió siempre con una claridad cristalina y en la que la música avanzó initerrupidamnete con fluidez, dos requisitos imprescindibles de cualquier interpretación polifónica que se precie de hacer justicia al original...
La muerte, el ars moriendi, el bien morir, ha estado muy presente estos días en Utrecht y el festival se cerró el domingo en el Vredenburg con la Messe des Morts de Jean Gilles que se interpretó en 1764 tras la muerte de Jean-Philippe Rameau, ya utilizada previamente en las exequias del propio Gilles, de André Campra y del rey Luis XV... Menos mal que hay vida después de la muerte y, tras tan luctuoso final, el festival ya ha anunciado que tras Borgoña , el destino de 2019 será la luminosa Nápoles, otro lugar que nos toca muy de cerca por razones históricas y que augura un tipo de emociones muy diferentes a las vividas este año.
Luis Gago. Utrecht. El País, martes 4 de septiembre de 2018

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