Hace 20 años, en agosto de 1999, los campesinos liderados por el carismático José Bové destruían un McDonald's en la población de Millau. A Bové se le comparó entonces con un Astérix moderno, que, como el personaje del cómic, resistía en la pequeña aldea gala ante el asedio del Imperio Romano. Ahora, en Marsella, los activistas pelean por lo contrario: para que el McDonald's del barrio de Saint-Barthélemy no se desmonte. Pelean para que este McDonald's, donde trabajan 77 personas, algunas desde su apertura en los años noventa, no se venda y pase a manos de un empresario enigmático que quiere transformarlo en un restaurante de comida halal: quieren la comida norteamericana de toda la vida. "No combatimos a favor de McDonald's", precisa Tony Rodríguez, trabajador de otro McDonald's en Marsella y representante sindical. "Combatimos por lo que McDonald's representa para las personas del barrio"...
En Francia, país que se asocia a un antiamericanismo chovinista, el éxito de la comida rápida norteamericana es rotundo. La patria del foie-gras - y las 258 variedades de queso -que el general De Gaulle consideraba la prueba de su ingobernabilidad- adora chez McDo. Este es el país donde la cadena es más rentable después de Estados Unidos. La multinacional tiene 30.000 empleados en Francia, el 80% con contratos indefinidos, según la web de la compañía.
El restaurante del barrio de Saint-Barthélemy sigue abierto pese a las protestas, pero la entrada es una pequeña exposición de eslóganes y las ventanas están cubiertas por bolsas de basura. El líder sindical explica que, McDonald's en este barrio, es más que un restaurante de comida rápida. Es uno de los pocos lugares de encuentro entre los vecinos. Y más que esto: la empresa que puede dar la primera oportunidad laboral a jóvenes sin demasiadas perspectivas, "un trampolín", dice, para financiarse una buena formación profesional o los estudios universitarios. Y un escape a los peligros que para los adolescentes acechan en las malas calles del norte marsellés...
Marc Bassets. Marsella. El País, domingo 26 de agosto de 2018
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