sábado, 15 de septiembre de 2018

Rumbo a la Normandía de Proust

La Maison de Tante Léonie
Llegué a Illiers desde París en tren, agotada, cansada, eso es todo lo que recuerdo. Pero no recuerdo ver  la iglesia que Proust no se cansa de describir en el primer tomo de En busca del tiempo perdido. Mi alojamiento está al lado de la iglesia de hecho, pero así es el mundo, cuanto más cerca, más lejos, y cuanto más pequeño, más inabarcable. Eso mismo debió de sentir Proust, una inmensidad tal en sus veranos de niño que sólo recordarlo le llevó a emprender la hazaña más descomunal de la literatura del siglo XX... Paso por la calle principal del pueblo, la Rue du Docteur Proust, y no me entero. Paso por delante de la casa de sus abuelos y no quiero verla. Tuerzo a la izquierda, en dirección a la casa de la tía Léonie. La Maison de Tante Léonie es el lugar exacto de la escena inicial de En busca del tiempo perdido, ese momento en que el niño Marcel, desde su cama, espera que su madre despida al señor Swann y suba a darle un beso de buenas noches. Es una casa del siglo XIX, la casa de los Amiot, comerciantes del pueblo con los que la tía ha emparentado. Visitamos las habitaciones donde tante Léonie yacía enferma aquejada del mal de los hipocondríacos. Es ella la que aloja en su casa a Marcel, a su hermano Robert y a sus padres durante los veranos en Illiers-Combray. Y ahí está el cuarto de Proust de niño y la ventana desde al que tante Léonie le daba significado a todo y que será el mayor aprendizaje que  Proust adoptará en la segunda parte de su vida, la técnica de su escritura, la del encamado que gira y gira sobre su órbita, mientras ve desfilar al otro lado de los cristales a los personajes de su vida...
Quiero perderme sola por los andurriales que Proust conoció y enseguida los encuentro. El Jardín du Pré-Catelan, diseñado por tío Jules y que sirvió de modelo para los jardines de la mansión de Swann. Y los caminos que bordean los campos de avena y trigo, cruces de caminos que dan a su vez a otros caminos que llevan a Mésèglise, Tansonville, Guermantes...Los recorro en la más absoluta soledad y paso por el seto de flores de espino donde el niño Marcel se encuentra con Gilberta, la hija de Swann en su libro...Estoy en pleno centro neurálgico del mundo desdoblado que nos presenta Proust en La Recherche, un mundo de dos caminos, el de Swann y el de Guermantes , el de la aristocracia y el ancien régime y el de la alta burguesía a la que él pertenece...He cruzado el río, he dejado atrás el camino de Vinteuil y me oriento otra vez hacia la plaza del mercado. La iglesia esta ahí, Saint-Jacques. ¡Y de pronto me doy cuenta de que estoy en un granero! Un prodigioso granero de una sola nave cuyo interior me conmueve por su simplicidad...Miro el techo. Tiene la iglesia una decoración ahí arriba, en la bóveda, que me deslumbra. Sus colores refulgen como soles policromados. Parece toda una narración  y no un templo cristiano...Hay algo en este lugar que abriga y contiene la totalidad del exterior, como si los campos de afuera, todo ese inmenso granero que es la región de Centre-Val de Loire viniera a almacenarse aquí... No es una mala coincidencia, Proust y el pan. Y La recherche, como un inmenso granero, un enorme clasificador...
Luisa Castro. Escritora y directora del Instituto Cervantes de Burdeos
El Viajero. El País, viernes 31 de agosto de 2018

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