La historia que relata Un gran señor transcurre en unos días de 2022, los anteriores a la muerte de Rachid Bouraoui padre de la escritora. Entre la ternura y el dolor, la habitación 119 del Centro de Cuidados Paliativos Jeanne- Garnier de París, es el eje del relato. Pero, aunque se trate de un libro de duelo, Un gran señor nace bajo el signo de la vida. Bouraoui habla de sí misma y de su experiencia interior, y lo hace con sobriedad, sin patetismo y con una visión esperanzada. Lejos de todo narcisismo, la escritora ofrece aquí su indefensión ante la muerte inminente del padre, su vul nerabilidad y su deseo de acompañarle hasta el final:"No duermo, no concilio el sueño, lo ahuyento cuando llega: si me quedo despierta, él no morirá", escribe.
Ante la pérdida anunciada de un ser querido, Bouraoui quiere mantener vivos los recuerdos y convertir a su padre en un héroe, con su halo de prestigio y también con su caída en el olvido. Hay un espacio cerrado cuando en una habitación de hospital se espera la despedida irrevocable de un familiar. Un tempo diferente al del exterior, un aturdimiento personal, una suerte de lugar acristalado que nos separa del resto de las cosas. Nina Bouraoui acota esa situación y consigue transmitir universalidad."La enfermedad, la muerte construyen una comunidad, la de los inconsolables que se reconocen, se ayudan entre sí, avanzan agarrados de la mano, en una oscuridad ajena a quien no ha sido golpeado por el destino".
Como entre niebla, fuera de la habitación 119, donde también se resignan la madre y la hermana de Nina Bouraoui, están las caminatas por París ("quiero sanar el cuerpo de mi padre con el mío, camino muchos kilómetros, ejercicio que él practicaba"); los familiares de otros enfermos en paliativos, con los que comparten las palabras de consuelo; la Amiga, así con mayúsculas, que escucha y apoya; la amada más lejana en Aix, cuando la narradora se pregunta si el amor sobrevive tras la pena: "No sabía si el deseo se llevaría bien con la muerte, si sería posible vivirlo, hacer que existiera". La relación entre hijas y padres, en ocasiones tan íntima, cobra aquí todo su sentido. "¿Pueden las hijas vivir bien sin la mirada de un padre? ¿Acaso los padres son los únicos que consiguen enjugar las lágrimas, consolar los corazones lastimados?"
Los veranos en Argel, los viajes del padre, político, diplomático. Gobernador del Banco Central de Argelia, la aceptación del padre de la homosexualidad de la joven escritora, el orgullo paterno de cada uno de los libros de la hija, las confidencias de él cuando se sentía olvidado: "Al escucharlo percibía la soledad de un hombre que no había perdido a los suyos, sino la mirada de su país sobre él". Una despedida hermosa y un homenaje al padre amado.
Lourdes Ventura. El Cultural, 10-1-2025.
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