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Carmen Giménez en una exposición de Picasso en el Guggenheim Museum en Nueva York, 2012. (Foto: David Heald) |
Carmen Giménez vio España por primera vez de adolescente, en los años cincuenta, cuando Franco permitió que los exiliados como su padre, republicano que había tenido a su familia en Casablanca, pudieran pisar el país.
-No me gustó. Encontré España tan pobre, pero tan pobre,. que me dolía. Mira que en Marruecos se veía pobreza, pero la pobreza española se veía... muy mal. Lo triste que iba la gente por la Gran vía. Era un país triste,
Con el tiempo, Giménez vendría a España y sería conocida como prestigiosa creadora de arte contemporáneo en el tardofranquismo. Divulgaría la importancia de las grandes artistas del siglo XX que el público español no apreciaba todavía: Juan Gris, Richard Serra, Picasso. Impulsaría la puesta en marcha de tres importantísimos museos, el Reina Sofía, el Guggenheim de Bilbao y el Picasso de Málaga. Hoy es difícil hablar de la historia cultural de este país y no mencionar su nombre.
"Para mí, de pequeña, Marruecos era mi país". Todavía hoy Carmen Giménez (Casablanca, 82 años) tiene un poderoso francés y cierto destello travieso en la mirada. Es una perfecta tarde de campo en el Azahar, finca que su familia tiene por la Serrezuela. Está abierta a huéspedes, pero sobre todo atrae a artistas que vienen aquí a pasar temporadas y crear. Ray Loriga es un habitual. Es un buen resumen de la naturaleza de esta familia.
Sobre el ruido blanco de la lluvia contra la ventana y la leña, Giménez intenta dar con el principio de su historia. Quizá todo empezó cuando ella, la hija, en femenino, de aquella casa en la colonia española se Casablanca llena de hombres, se rebeló. "Mi padre pensaba que yo tenía que ser como mi madre, aprender de la cocina y la casa. Me pedía que ayudase a mi madre; ella, como sabía que yo no quería hacer eso, me pasaba libros y me sentaba en una silla". O quizá el comienzo fue cuando descubrió que en España aún había fascismo y también se rebeló :"Yo quería quitar a Franco de en medio, esa era un poco mi historia". O cuando se fue a París con su hermano, a estudiar Ciencias Políticas como su padre, y se rebeló contra sí misma. "Cuando vi los museos, me di cuenta de que no quería ser como mi padre. Yo quería arte". Estudió en la École du Louvre y por esa época su novio, John Peter Trafford, un carismático empresario chileno, le pidió la mano. Ella accedió. Quizá la historia empieza aquí.
Y la base de todo esto seguramente esté en aquella tarde en la Gran Vía, cuando una adolescente vio al fin con sus propios ojos aquel lugar abstracto del que tanto había oído hablar a su padre y comprendió que España podía aspirar a más. Ese es el tipo de idea incendiaria sobre el que se cimientan las grandes trayectorias. El tipo de idea que muchos en un país así no perdonarían.
"El Madrid franquista no era fácil. Yo quería trabajar con arte, eso lo tenía muy claro". En 1968 esa decisión era distinta a ahora. El arte contemporáneo era, tras tres décadas de franquismo, algo minoritario en España. No había museos dedicados a él, solo galerías y las galerías no interesaban a los hombres con dinero. "La escena española era la escena madrileña, no había más: el régimen asociaba arte a progres, a rojos, a los perdedores de la Guerra Civil", rememora José Robles, veterano galerista de Ponce + Robles. "Si se exponía Picasso, cosa que hizo la galería Theo en 1971, la ultraderecha se lo intentaba boicotear". Las mujeres sí se interesaban por ello, de ahí que las grandes galeristas de la época, Juana Mordó, Juana de Aizpuru o Soledad Lorenzo, sean hoy figuras totémicas en la cultura.
Giménez podría haber formado parte de eses panteón . "Pero John no quería. 'Galería no'. 'El me dejaba trabajar en ediciones. Bueno, pues yo en ediciones", recuerda. Dio con uno de los mejores talleres de grabados de Madrid: el Grupo 15. "A José Ayllón, que estaba ahí, enseguida le interesé vendía los grabados del Grupo 15 en el extranjero. Según crecía su influencia, crecía su exigencia. Tenía un ojo quirúrgico para el arte y muy poca paciencia para la informalidad española.
En 1982 organizó su mayor exposición hasta la fecha. La idea de Correspondencias era confrontar a cinco escultores con cinco arquitectos Emilio Ambasz, Peter Eisenman, Frank Gehry, Léon Krier y Robert Venturi con Chillida, Merz, Serra, Joel Shapiro y Simonds. La expresión definitiva de su sensibilidad internacional. "Una exposición de una calidad insólita entre nosotros que nos transporta a los más sofisticados círculos internacionales", escribió entonces el crítico Calvo Serraller en El País.
El futuro llamó a Giménez, literalmente, el ministro de Cultura, Javier Solana, quería hablar con ella. En 1983, Giménez empezó a trabajar en la sede del Ministerio de Cultura. A cambio de dar resultados, ella forzaba el sistema. Su principal virtud era su exigencia y su principal defecto también. Esa exigencia se daba de bruces con un problema estructural: "El mundo de los museos de los años ochenta era desastroso. La exposición de Juan Gris fue el primer chocazo de Giménez con el problema. Dos veces más, dos museos, Reina Sofía, Guggenheim. Es la historia que se repite. Mismo desenlace... El Museo Picasso de Málaga. Otro desplante. Esta vez con la familia Picasso...
Le quedan ciertos reconocimientos institucionales. Es patrona del Prado. Y una figura inseparable del Reina Sofía. El museo acaba de nombrarla patrona honorífica como reconocimiento a ser la fuerza fundadora del museo. Le debemos adquisiciones fundamentales, esculturas de Picasso importantísimas", reconoce Manuel Segade, su actual director. "Sigue siendo una figura clave, generosa en compartir contactos y conocimiento. siempre atenta a apoyar la institución".
Pero el patrón del relato aún le duele, la pasión absorbida por la burocracia. La historia de España y la modernidad, la del poder y las molestas fuerzas que logran asentar el progreso. "Creo en el trabajo", se defiende. "En lo que tu haces, en el esfuerzo que tu pongas. Todavía pienso que es importante trabajar". Una pensadora peligrosa apaga las brasas de la chimenea.
Tom C. Avendaño. El País Semanal, 23 de marzo de 2025.