La capacidad de actuar con dulzura está integrada en nuestro cerebro principalmente en la corteza cingulada e insular y en los circuitos de las neuronas espejo. Sin embargo, es en la parte ejecutiva del cerebro donde elegimos ponerla en acción. ¿Qué pasaría si muchas de nuestras conversaciones dejaran de ser pura palabrería y añadiéramos ternura para fomentar la amabilidad en nuestros entornos de aprendizaje y trabajo?
Su aparente simplicidad es engañosa. "Hay que permitir que encuentre su propia voz", apunta la psicoanalista y filósofa francesa Anne Dufourmantelle, "la dulzura por sí sola, no se da". En su libro Puissance de la douceur (Payot) examina estas microexperiencias de fuerza y poder en nuestra vida cotidiana, y sostiene que "el poder de la metamorfosis de la vida se sustenta en la dulzura". Pero también se interesa en la idea aristotélica de potencialidad, el poder de cambiar o el potencial de un futuro posible. Todas estas connotaciones están implícitas cuando, paradójicamente, combina potencia con afabilidad.
Una de las observaciones más pertinentes de Dufourmantelle es que lo contrario de la dulzura no es la brutalidad, es la dulzura misma. No es de extrañar que se utilice como excusa para ennoblecer los objetos de consumo; algunos regímenes gubernamentales logran emplear dulzura para que votes a su favor, incluso en contra de tus propios intereses. "Hay formas de violencia que fingen ser caricias para llegar al corazón", afirma Dufourmantelle, y advierte que, aún así, la dulzura resiste a la perversión".
La dulzura aparece en el umbral de los pasajes marcados por el nacimiento y la muerte. Todo comienzo está necesariamente arraigado en la ternura: el nacimiento, el comienzo de una historia de amor, provocan conmociones bastante violentas que la necesitan. Es lo que permite que persista un principio vital. Es la envoltura mínima que protege la vida, como la crisálida protege a la mariposa por nacer. Sin dulzura, ¿sobrevive un recién nacido? ¿No es necesario protegerlos, hablarles, tenerlos en brazos, pensar en ellos o imaginarlos para que realmente puedan entrar al mundo? Asimismo, también hay dulzura en la despedida de la vida, en la ilusión de la desconexión total, en la renuncia, en el duelo.
Interactuar con gentileza requiere esfuerzo y puede representar una batalla constante entre nuestro yo afable y nuestro lado reticente. De igual manera no es tan fácil de recibir, la pedimos a los demás, pero, cuando nos la prodigan, muchas veces ni siquiera la registramos. Para conectarte con los demás, lo primero es conectar contigo mismo -no solo es una cuestión biológica de salud, bienestar y longevidad, sino también una estrategia evolutiva para nuestra sobrevivencia-.
Dufourmantelle murió en un acto de entrega absoluta el 21 de julio de 2017 en una playa, cerca de Saint-Tropez, mientras intentaba rescatar a dos niños de las turbulentas corrientes del Mediterráneo. Ellos sobrevivieron, pero ella no pudo ser reanimada, tenía 53 años. Su libro, publicado en 2013, concluye con la escena, enigmáticamente oracular, de La dolce vita de Fellini en la que Anita Ekberg, completamente vestida, entra en la Fontana de Trevi ante la mirada atónita de Marcello Mastroniani. Una escena alucinante que ha quedado grabada en la memoria como ejemplo de una vida que nos invita a la dulzura, pero también a la locura, a la danza de la libertad y la sensualidad. "No siempre es dulce vivir, pero la sensación de estar vivo pide dulzura", escribió Dufourmantelle.
David Dorenbaum, psiquiatra y psicoanalista. El País Semanal, 23 de abril de 2025.
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