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"Autorretrato"(1947), del artista sudafricano Gerard Sekoto. (Foto: Jacopo Salvi) |
No todo brilla en una muestra que en todo caso destaca por su valentía. Lo del reequilibrio del canon ya suena a lugar común, aunque no lo sea en todas las latitudes del planeta. Que esta sea la primera exposición que un gran museo Francés dedica al arte poscolonial dice mucho sobre las deficiencias de su relato nacional. Tal vez porque el principio republicano de égalité, que impide compartimentar a la población en subgrupos -salvo cuando hay interés político en hacerlo, claro-, ha obstruido un análisis detallado de la alteridad en su territorio. Y, sin duda también por las espinosas implicaciones de este asunto en la actual batalla cultural. El museo se atreve ahora a hablar de "los condenados de la Tierra", que diría Frantz Fanon, en una iniciativa con aspecto de mea culpa expresado en el último minuto y dirigido a los taquígrafos del futuro.
En la primera sala, reconocemos la voz cavernosa de James Baldwin, guía supremo de esta muestra con el permiso de Édouard Glissant. "Tarde o temprano todos eses condenados destruirán los adoquines sobre los que se construyeron Londres, Roma y París. El mundo cambiará porque tiene que cambiar", dice el escritor estadounidense, que llegó a París a los 24 años y permaneció en la ciudad hasta su muerte en 1987. Un giro muy loable de esta iniciativa es que se aparte concienzudamente de la imagen idealizada de París como crisol de culturas y foyer de civilización, tan prevalente en la historia oficial. La exposición denuncia la ambivalencia de esa imagen: para los intelectuales afroamericanos, la ciudad fue un refugio frente a la segregación; para los emigrantes argelinos hacinados en las chabolas de Nanterre, el origen mismo de su desarraigo.
La exposición que abarca la segunda mitad del siglo XX, presenta una selección de 150 artistas rica pero desigual, algo lógico en una muestra que recorre geografías tan dispares y tiempos tan amplios. Hay nombres conocidos, como los cubanos Wifredo Lam y Agustín Cárdenas. Está Romare Bearden, referente del Renacimiento de Harlem, y obras de artistas más recientes que dejaron su marca en la capital francesa, como los cuadros textiles de Faith Ringgold, las siluetas acrílicas de Bob Thompson o los drape paintings de Sam Gilliam. Pero abundan las figuras que, en el mejor de los casos, solo conocíamos de nombre. Entre ellos, Beauford Delaney, hijo de una esclava de Tennessee e íntimo de Baldwin, que retrató a los nuevos mitos negros, de Charlie Parker a Rosa Parks, en lienzos bañados en un amarillo intenso, el color de la trascendencia. Murió en París ante la indiferencia general y está enterrado en una tumba anónima en la periferia de la ciudad. (...)
El recorrido oscila entre los momentos de fulgor y cierta tendencia hacia el catálogo exhaustivo, que no siempre logra abrazar las tesis audaces, tal vez por miedo a abrir debates explosivos o a poner en tela de juicio a la propia institución como sí logró la Royal Academy de Londres en 2024 con una muestra ejemplar sobre un asunto muy parecido.
Entre los grandes lamentos, se echa de menos un análisis más intrépido sobre un momento crucial en la reconfiguración de la identidad francesa: el mitterrandismo. En 1989, Jessye Norman cantaba La Marsellesa durante la celebración del bicentenario de la Revolución, desactivando toda interpretación xenófoba sobre los versos que mencionan la "sangre impura", mientras Grace Jones incendiaba la mejor boîte de la época, Le Palace. SOS Racisme popularizó el eslogan Touche pas á mon pote (no toques a mi colega), que caló entre los jóvenes blancos de clase media, una década antes de que la selección francesa, con su victoria en 1998, redefiniera el significado de lo tricolor en Francia: black, blanc, beur (negro, blanco, árabe).
La nota positiva es que cerca de 50 obras han sido compradas por el Pompidou. Todo apunta a que, cuando el museo reabra dentro de un lustro, será imposible seguir ignorando a África: ya es imposible pretender que su historia no es también la nuestra.
Álex Vicente. Babelia. El País, sábado 26 de abril de 2025.
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