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Susanne Wuest, Hanna Heckt, Mascha Schilinski, Lena Urzendowsky y Luise Heyer en la premiere de Sound of Falling en Cannes./ Foto: EFE |
En formato cuadrado y con una poderosa textura analógica trufada de fotografías decimonónicas, la película de Schilinski viaja desde a la primera década del pasado siglo hasta un presente difuso a través de un árbol genealógico, marcado por lo íntimo y lo histórico. Sin decir ni una sola palabra sobre el asunto, tanto los horrores de la Gran Guerra como los de la II Guerra mundial palpitan en todo lo que ocurre en el circuito cerrado de esa granja donde los niños juegan con la muerte. Como un cuento gótico rural con ecos de folk horror, Sound of Falling ocurre en la mirada de unas niñas y adolescentes que nos enseñan el mundo que les rodea desde lugares inquietantes y misteriosos.
La película está llena de recovecos por los que es fácil perderse mientras se transita entre un lado y otro de sus cuerpos. Viéndola es imposible no pensar en las reflexiones sobre fotografía y muerte de Roland Barthes en su famoso ensayo, La cámara lúcida: la lectura espectral que hacemos los vivos con las imágenes de nuestros muertos, esa manera de proyectar sobre el recuerdo de nuestros ancestros nuestra propia muerte.
El otro fantasma que cruzó La Croisette fue el del padre de Robert De Niro, evocado por su hijo en una conversación pública en la que se proyectaron imágenes del documental que el artista JR prepara sobre De Niro y su padre, el pintor del mismo nombre eclipsado por la fama de su hijo. El actor recordó, a su manera parca pero emocionante, cómo nunca tocó ni los ceniceros del estudio de su padre, porque lo mantuvo todo intacto durante años, esperando que algún día pudiera revivir la vida de aquel hombre que tanto marcó la suya.
Y si los fantasmas de De Niro y los de Sound of Falling pertenecen al ámbito familiar, los que evoca la desoladora Two Prosecutors, dura ficción de Sergéi Loznitsa que completó la jornada de la sección oficial a concurso, son los del estalinismo. Su protagonista es un joven abogado con mirada angelical que tiene la valentía de intentar ayudar a un viejo miembro del partido comunista encarcelado. Loznitsa logra una película sobria, austera y muy claustrofóbica. Uno de esos puñetazos donde solo habitan las sombras y espectros de miles de hombres enterrados en vida.
Elsa Fernández Santos. El País, jueves 15 de mayo de 2025.
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