domingo, 23 de noviembre de 2025

La noche en la que Francia perdió la inocencia

Homenaje a las víctimas  de los atentados yihadistas del 16 de 
noviembre de 2015. (Etienne Laurent/EFE)

Estoy instalada en el sofá de mi piso de la rue Keller en el XI distrito de París. Son las diez de la noche  del 13 de noviembre  de 2015  y recibo una llamada de mi mejor amiga, Charlotte, que vive en las Antillas francesas, a miles de kilómetros . "Tía, ¿donde estás? ¡Que están disparando a gente en tu barrio!". No entiendo nada. Pongo BFM TV, un canal de información continua. Un comando terrorista está llevando a cabo atentados en diferentes puntos del ciudad, hay decenas de muertos , las autoridades piden a la población que no salga de casa. Tengo la sangre helada. Uno de los atentados ha ocurrido en la ru Charonne, a 500 metros  de mi casa, en la terraza  del muy querido bar  La Belle Équipe; los cadáveres, cubiertos con mantas de aluminio , yacen esparcidos por el suelo. Solo hay muerte y estupor. No parece real. Las imágenes y los relatos que llegan  desde el Bataclan terminan de sumir  a todo el país en el horror . Entiendo, como todos los franceses, que a partir de esta noche nada seguirá siendo igual.

Al día siguiente, las calles de mi barrio están vacías. La policía sigue buscando  a uno de los terroristas, Salah Abdeslam. Muchas empresas han pedido a sus trabajadores que no acudan a sus oficinas. Todos tememos un nuevo atentado. En el metro, la tensión es palpable. Ya nada resulta familiar en unas calles que, hace solo unas horas, estaban manchadas de sangre. Tengo la impresión de haber perdido la inocencia, el sentimiento de protección que me daba un país y unos valores que siempre me habían hecho sentir libre. Como mucha gente repaso una y otra vez la lista de las víctimas  esperando no reconocer el nombre de nadie. Leo de forma casi compulsiva los testimonios  de los supervivientes. Sus relatos son dantescos. Despierto por la noche pensando en esos cuerpos inertes apilados, como si fuera una fosa común  y no la pista de una sala de concierto. Lo único que  me consuela es la increíble s unidad nacional que se vive, una solidaridad que el país nunca había experimentado, ni siquiera después del atentado de Charlie Hebdo.

Diez años después, esa sensación de irrealidad me sigue acompañando viendo estos días las las conmemoraciones, y, sobre todo los relatos de los "casi vivos", como se define  a sí misma Aurélie Silvestre. Esta mujer de 44 años, cuya historia en su día me impacto profundamente, estaba embarazada de su segundo hijo cuando se enteró de que su marido había muerto en el Bataclan. Tras la tragedia, Silvestre tuvo que sobreponerse al dolor por amor a sus hijos  y escribió dos hermosos libros que les dedicó. Hoy comparte su experiencia en las escuelas y en cárceles. Como ella, no son pocas las víctimas que eligieron trasfigurar el trauma y el dolor, ya sea a través del compromiso asociativo, la escritura o las charlas en colegios.

Aunque no todas tomaron ese camino. Otras, como mi amiga Adelaïde, sintieron que la única forma de no derrumbarse  era seguir con su vida. O al menos, intentarlo. La noche del 13 de noviembre estaba fumando un cigarrillo de pie  junto a unos amigos  en la terraza del bar  Le Carillon, en el distrito x de la capital, cuando los terroristas empezaron a disparar. Al detenerse la primera ráfaga de los Kaláshnikov, se levantó de debajo de la mesa donde se había refugiado y corrió a toda prisa, pisando manos y piernas , en un estado de total disociación. Esa noche murió uno de sus amigos. La culpabilidad por haber sobrevivido se transformó  en una exhortación  a no derrumbarse. A seguir con su vida. Los años venideros los atravesó como anestesiada, con sueños recurrentes  en los que los terroristas  la perseguían  y siempre conseguían  dar con su escondite. Conoció al padre de sus hijas y empezar una terapia la ayudó a superar el trauma. Hoy su vida diaria  ya no es un tormento, pero admite: "Nunca hay un final para las víctimas". Ni puede haber olvido para una noción que, diez años después, sigue buscando la forma de convivir con ese trauma.

Carla Mascia. El País, viernes 14 de noviembre de 2025.

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