domingo, 12 de enero de 2020

El silencio que explica el mundo

Dos futuros amantes se citan y se lanzan al juego del cortejo con locuacidad alcohólica y música ensordecedora. Al final de la noche, se besan y yacen y cuando hacen el amor, lo hacen en un silencio conmovedor y cuando terminan, permanecen callados porque, después de tanto ruido en los bares y en los taxis, el silencio es la medida de la conexión de dos almas, de dos cuerpos. Flash forward: los dos amantes se han convertido en pareja. Han discutido ruidosamente durante años y han hablado en terapia hasta la extenuación  sobre, entre otras cosas porque dejaron de hacer el amor. El proceso termina con un odio silencioso. No hay una palabra más que decir. Si fuésemos guionistas podríamos rematar esta película con un montaje en las imágenes de los amantes, silenciosas y llenas de promesas, se solapan con las de los odiantes, silenciosas y tristísimas.
No he visto Historia de un matrimonio, el filme de Noah Baumbach. ¿Se parece al párrafo anterior?¿Son importantes los silencios en la relación de sus protagonistas? ¿De qué hablan las parejas de enamorados cuando terminan de ver la película?
En realidad, la idea de conectar el silencio del amor con el silencio del odio no vien de ninguna película sino de Historia del silencio, el ensayo de Alain Corbin que publicó este año la editorial Acantilado. Y puede que sea su idea más evocadora.
Antes, una aclaración: Una historia del silencio no es una historia como promete su título sino una hilazón de ideas que tienen que ver con el silencio y que están ilustradas a través de citas , casi todas literarias y casi todas de lengua francesa. En realidad el 90% del libro trata sobre personas que buscan lo sublime en un paisaje solitario, en un mueble antiguo o en la figura de Jesús, que probablemente tendiera a callada.
Lo sublime: un asunto delicado que se siente o no se siente y que si no se siente, es imposible entender.
Aparece por Historia del silencio Marcel Proust, con su afn de de forrar su habitación en corcho para lograr en ella el silencio perfecto. Después, Proust escribía como si fuese un conjunto de cuerda que interpretara una música interminable. Proust dedicó páginas y páginas a las diferentes "texturas del silencio": el silencio de la luna, el silencio de Combray, y el silencio de Albertine cuando duerme y el silencio de Albertine cuando miente... Aparece Teresa de Ávila escribiendo sobre el silencio del extásis. Y aparece Ignacio de Loyola haciendo de Ignacio de Loyola, haciendo de soldado de la mística...
Luis Alemany. El Mundo, 15 de diciembre de 2019

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