Desde los primeros minutos ya intuimos que el personaje no parece el tópico proletario mindundi, en este caso conductor de metro. Pronto sabremos que es un emigrante español, pero iremos desentrañando su identidad a medida que la trama avanza. Si en el uso de la cámara, el director en ningún momento se pone estupendo, huye de la cargante dronitis y usa una luz sin estridencias -buena parte de la historia trans curre en escenarios nocturnos-, es en algo tan común al género como las armas y las peleas donde se contiene. El cine made in Hollywood se excede en acrobacias, coreografías y tiroteos, con la coartada de garantizar espectáculo. Aquí el contacto físico es realista, uno se imagina que así es como alguien se defiende cuando siente peligrar su vida. El riesgo de spolier impide ir más allá, pero añadamos que en cuanto sabemos qué ocurre con Castañeda todo adquiere sentido.
Miguel Anxo Fernández. La Voz de Galicia, viernes 15 de julio de 2022.
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