Un mal día el hombre sufre una apoplejía que le deja secuelas, una pérdida de memoria que puede ser transitoria. A su regreso del hospital, ella se ofrece a cuidarlo. Le dice que antes del accidente cerebrovascular habían sido amantes, cosa que, lógico, él no recuerda. La anotada reducción de Lanners a la historia de ambos se manifiesta con ajustados apuntes emocionales que afectan al sobrino de ella, al hermano de él e incluso al patriarca, pero sin cargar tintas, solo pinceladas de trazo firme. Es más, en sendos oficios religiosos -incluye un funeral- vemos un buen número de vecinos -feligreses, si se prefiere- pero apenas muestra el caserío. Y se agradece porque basta imaginarlo. El foco está en la zozobra afectiva de ambos, que no detallaremos para evitar spoiler, pero que el guion conduce con inteligencia hacia un desenlace en absoluto manoseado y contenido, sin llamar a la puerta del lagrimeo coyuntural.
Como culminación, la placidez se adueña del conjunto, dejando en el aire una sensación de filme adulto, honesto, de los que ya se hacen pocos.
Miguel Anxo Fernández. La Voz de Galicia, domingo 26 de junio de 2022
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