sábado, 11 de febrero de 2023

Defender la lengua francesa a capa y espada

Se los llama los "Inmortales" y, como en la película protagonizada por Christopher Lambert, alcanzan la eternidad empuñando una espada. Aparte del bicornio, la capa y el traje oscuro, bordado con motivos de hojas de olivo verdes o doradas uniforme que data  de finales del siglo XVIII, los 40 miembros de la Academia Francesa pueden optar por recibir un sable forjado que represente su vida y obra. La espada es financiada por el dinero de amigos y simpatizantes a través de una suscripción, y se entrega unos días antes de la oficialización del ingreso, durante una ceremonia privada.

Durante mucho tiempo, ni miembros del clero ni las mujeres llevaban este ornamento que recuerda la antigua pertenencia de la institución a la Casa del Rey. Hélène Carrère d'Encausse, la tercera mujer elegida y hoy secretaria perpetua de la Academia, fue la primera en poseer una espada. El arma de la historiadora -accesoriamente madre del escritor Emmanuel Carrère- se llama Joyeuse, como la legendaria Joyosa de Carlomagno, y lleva grabado el lema "Heureux les pacifiques" (felices los pacíficos). 

Algunas inmortales no solo han exigido su espada, sino que han encargado una versión futurista, como la filósofa Barbara Cassin, que desde 2018 blande un honorable sable de Jedi, lo que también supone el ingreso en el parisino Quai Conti, sede de la Academia, de un anglicismo. El artefacto pop, transparente, lleva dentro luces led donde puede leerse en letras violetas "Plus d'une langue"(Más de una lengua), cita de Jacques Derrida refiriéndose a la multiplicidad de lenguas que habitan el francés.

Pero hoy, ¿una espada como símbolo de qué? ¿Para luchar contra quién? La institución fundada en 1635 por el cardenal Richelieu debía proteger el francés, llevarlo "a la inmortalidad", como reza el sello que el cardenal entregó a la institución (de ahí el sobrenombre  de sus miembros). Su vocación primera era "trabajar con todo el cuidado y toda la diligencia posibles para dar una reglas seguras a a nuestra lengua y volverla pura, elocuente y capaz de tratar las artes y las ciencias". Es una versión extendida del anónimo "Limpia, fija y da esplendor" de su hermana RAE.

El escritor Jean d' Ormesson ha ido más allá al indicar que "pretende evitar a los franceses y al pueblo francés el cruel destino de Babel". No es de extrañar entonces que, de un sablazo, la Academia haya intentado cortar de cuajo y por unanimidad la incipiente "escritura llamada inclusiva", que "da lugar a un lenguaje desunido, dispar en su expresión, creando una confusión que conduce a la ilegibilidad". "La lengua francesa corre peligro de muerte", a causa de esa "aberración", advirtió la Academia en 2017. "Nombrar mal las cosas significa aumentar las desgracias de el mundo", decía Albert Camus.

Este papel conservador -reaccionario y machista para sus detractores- va acompañado por una segunda misión. Para velar por el buen uso del francés, la Academia está obligada desde el inicio, por sus estatutos, a redactar un diccionario. La legendaria lentitud para culminar dicho proyecto ha sido durante décadas motivo de burlas y controversias, además de celos, al compararse con la velocidad de la Academia de Madrid para crear el propio.

En el prólogo de la edición de 1986, Maurice Druon, secretario permanente lo reconocía: "Las quejas y bromas  sobre la lentitud del Diccionario son casi tan antiguas como la propia Académie". Hoy, va por la novena edición. En el camino, entre una versión y otra, podía pasar medio siglo para arrojar un mero copiar/pegar de la anterior (en una época donde no existía el ordenador), con definiciones marcadas por la arbitrariedad. 

En la actualidad, el prestigio de la Academia Francesa existe sobre todo en el extranjero. Mientras Balzac o Baudelaire en su época movilizaron sus influencias para poder sentarse en uno de sus sillones, algunos escritores contemporáneos la snobean. Si Zola fue en su época candidato a ingresar 25 veces sin conseguirlo, los premios Nobel Le Clézio o Modiano han rechazado hasta hoy su propia membresía. En cuanto a la últma distinguida con el premio sueco, fue lapidariasobre la posibilidad de tener su sillón. "Es una institución de conservación muy antigua... Cuando uno acepta los honores, es porque ya no tiene mucha esperanza en su escritura, en su acción a través de las palabras. Toma asiento", dijo Annie Ernaux. Actualmente hay dos premios Nobel: el biólogo Jules Hoffman y, ahora, Mario Vargas Llosa...

Alejo Schapire. El Mundo, 9/2/2023 

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