viernes, 10 de febrero de 2023

Así se construye una actriz

El apasionamiento es el estado natural de quienes creen que en el arte hay sentido, verdad y belleza. Por eso está bien traído el título (Elvira o la pasión teatral) que Giorgio Strehler escogió para París 1940, una espléndida comedia de ideas que Jose María Flotats representa en en el Teatro Español de Madrid. Su protagonista, el actor y director de escena francés Louis Jouvet (1887-1951), interpretó grandes películas de Jean Renoir, Robert Siodmak, Marcel Carné, G,W. Pabst... y fue maestro de actores sobresalientes. De la pasión que puso en su labor pedagógica tenemos testimonio literal gracias a Chalotte Delbo, su secretaria en el Théâtre de l'Athénée, que taquigrafió sus lecciones, las respuestas de sus alumnos y el detalle de lo acontecido cuando estos subían a escena. Protagonizada por el propio Flotats y por Natalia Huarte (en el papel de Claudia, alumna que está preparando el papel de Elvira en el Don Juan de Molière). París 1940 reúne siete lecciones de Jouvet que son un canto al trabajo bien hecho. 

En su primera clase, Jouvet le muestra a Claudia la importancia de nadar contra corriente. "La comodidad es la muerte del arte", viene a decirle durante una reflexión que vale también para el periodismo, la crítica teatral, la medicina y otros oficios: el artista que se acomoda  es como el periodista que transmite los comunicados de agencias de prensa sin contrastarlos o el arquitecto que calca rascacielos por encargo. "Estás cómoda", le dice Jouvet a Claudia, "porque has adaptado tu personaje a ti. Lo tienes todo demasiado organizado".

El trabajo de Flotats es impecable porque lo que Jouvet  dice lo entiende él con el cuerpo, por experiencia propia. Si no fuera por la bonhomía que transmite el personaje en la interpretación exacta del actor catalán, alguna de sus observaciones podría llevar a Claudia al desánimo. Este tercer montaje suyo de la obra estrenada en 1986 por Brigitte Jacques (los anteriores datan de 1993 y 2002) es uno de los más elocuentes de su carrera. Bajo su dirección, Huarte está espléndida en sus viajes de ida y vuelta entre la realidad de los ensayos y la ficción del teatro dentro del teatro:  es una actriz abanico a la que va como un guante el papel de la alumna espoleada, pero también representa soberanamente  el difícil de la Elvira metateatral, una vez que la discípula ha hecho suyos los principios de su maestro. Aunque la función es un mano a mano vibrante entre a ambos intérpretes, es reseñable la composición que Juan Carlos Mesonero hace de un actor aprendiz, por su complexión y su carácter, a que lo encasillen en el papel de galán. Cuando se pone en el piel de Sganarelle, la actitud del alumno encarnado por Francisco Dávila recuerda a la de un joven Spencer Tracy.

Lo que aquí se cuenta es lo que Jouvet y la entonces jovencísima Paula Dehelly se dijeron mientras preparaban el personaje de Elvira en el Conservatorio de París durante siete clases a cual más jugosa. Dehelly se graduó en Arte Dramático brillantemente, pero, por ser judía, no pudo debutar en los escenarios hasta que los soldados españoles de La Nueve liberaron la capital francesa...

Javier Vallejo. El País, sábado 24 de diciembre.

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