jueves, 2 de febrero de 2023

Colette y sus máscaras

Cuando se cumplen ciento cincuenta años de su nacimiento, los mil rostros  de Colette siguen generando ensayos psicológicos y análisis literarios feministas. Sus heroínas, incluida su alter ego Claudine, no eran del todo Colette, o quizás es que una Colette excesiva da lugar a Claudina. Las máscaras disfrazaban lo autobiográfico, y su predisposición  a lo sensual quedaba aumentada por su deseo de seducir, como autora estableció una disimulada distancia con la experiencia. En su baile de máscaras Colette siempre cuenta más o menos. 

Su verdadero nombre era Sidonie-Gabrielle Colette (Saint-Sauveur en Puisaye, 1873-París, 1954). y era la cuarta hija de Sidonie Landoy, una mujer culta y liberal casada en segundas nupcias con el excapitán de los suavos Jules-Joseph Colette. Su madre la consideraba "una joya de oro", y recibió una sólida educación laica. Tal vez por eso, los disfraces que llevó a lo largo de su tumultuosa vida, ocultaban el genio de una escritura que creó, en medio de una obra copiosa y multiforme, textos de penetrante sutileza, hoy obras clásicas  de la literatura francesa.

Se reinventó a sí misma muchas veces y la impostura del personaje encubrió a menudo su acerada sensibilidad para la observación de la naturaleza y del gran espectáculo del nuevo siglo. Colette fue sucesivamente, la adolescente indómita de la Borgoña; la seducida parisina en brazos de su primer y corrupto esposo, Henry Gauthier-Villars, el célebre Willy que explotó su talento de escritora, la libertina de los amores sáficos; la mujer vestida de hombre, cuando el travestismo público estaba prohibido; la audaz artista del music-hall que se desnudaba en escena; la periodista sagaz; la irónica crítica teatral; la traicionada y la traicionera; la amante de su hijastro; la propietaria de un salón de belleza; la amiga de aristócratas e intelectuales; la madre distraída; la dueña de una pantera; la gran dama del final, varada por la artritis en sus aposentos, frente al Palais -Royal.

Se encontraba con Marcel Proust, que la admiraba, en el salón de madame Arman Caillavet, amante de Anatole France; fue amiga de Jean Cocteau, de Paul Valéry; colaboró con Maurice Ravel y con Matisse. Se casó tres veces, siempre con hombres poderosos e inteligentes, bastante calaveras, como el ya citado Willy (de 1893 al 1906); Henry de Jouvenel (de 1912 a 1923) y Maurice Goudeket, y tuvo como amantes a mujeres, también inteligentes, intrépidas y ricas.

Aunque creció en la belle époque, daba la impresión de ir adelantada un siglo, o acaso dos. Quizá no imaginó que hacerse fotos atrevidas, salir en la prensa de la época, montar escándalos, escribir desde la sexualidad de una mujer, contar su vida, o reinventarla, lanzarse a proyectos osados y, poco a poco, ir refugiándose en la escritura, constituían la fórmula perfecta para alcanzar una posteridad extraordinaria.

Cuando murió en París el 3 de agosto de 1954, a los ochenta y un años, tuvo funerales de Estado. Su catafalco fue instalado en los jardines del Palais Royal para que la ciudadanía francesa le rindiese el último homenaje. Recibió honores militares, como oficial de la Legión de honor. La mujer que para entonces era una figura consagrada, miembro de la Academia belga de lengua y literatura, presidenta durante unos años de la Academia Goncourt y reconocida por la crítica y los autores internacionales, sufrió aún una polémica póstuma. El arzobispo de París, recién nombrado cardenal, Maurice Feltin, negó las exequias religiosas a la escritora. La decisión supuso un escándalo para sus admiradores, y el escritor Graham Greene publicó en el periódico Le Figaro un artículo contra el arzobispo. Se sucedieron cartas y reacciones de otros intelectuales. Ya enterrada en el cementerio de Père Lachaise, la escritora proscrita en el índice de Libros Prohibidos, siguió dando que hablar...

Lourdes Ventura. El Cultural 20-1-2023.

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