martes, 28 de febrero de 2023

Los años parisinos de Miró

El Guggenheim de Bilbao repasa un período decisivo de la longeva carrera del pintor. "Mi vecino Joan Miró pinta con los pies en la tierra, la vida de la tierra le entra por la planta de los pies como el amor y el calor y el frío, la vida de la pintura, que es arte en movimiento cadencioso y estremecido". Ahí se refiere Camilo José Cela al arte de su amigo -especialmente de su época mallorquina-. Y es verdad que el pintor siempre defendió su conexión especial con la naturaleza y la tierra, que, decía, comienza en el tiempo en que su familia adquirió, cuando el contaba 18 años, la propiedad de Mont-roig, en Tarragona, que será fundamental para su imaginario y donde descubre la emoción de la soledad de los paisajes que marcan su obra incluso cuando logra liberarse de ellos. Pero no todo es rural en el universo artístico de este joven de origen pequeño burgués, que estaba destinado a la carrera comercial. También hay una gran ciudad y no es Barcelona, que destacaba presisamente por su estrechez burguesa, es París. Ese gran centro -vibrante, urgente, cambiante- de su alma creativa es lo que explora la exposición Joan Miró. La realidad absoluta. París 1920-1945, que el museo Guggenheim de Bilbao inaugura y que podrá verse hasta el próximo 28 de mayo.

Preparada por el comisario Enrique Juncosa, escritor y poeta balear, la muestra reúne más de ochenta piezas, algunas de colecciones privadas -como la de los hermanos Nahmad- y que apenas han sido exhibidas antes. La selección permite comprobar cómo París transformó su visión desde el primer viaje en 1920, en que quedó impactado por los cambiosque allí experimentaba el arte, aunque es cierto que a partir de 1915 él ya había entrado en contacto con las vanguardias en la galería Dalmau donde expusieron creadores refugiados en Barcelona por la Gran Guerra como Picabia, Duchamp y los Delaunay (Sonia y Robert). 

No le intersaban los monumentos ni la vida social de la metrópoli francesa, pasea por la calle, ensancha su mundo de sueños, se empapa de la revolución que vive la cultura. Aquello supone para él una iniciación y a la vez un renacimiento. Es otra persona cuando regresa, aunque la radicalidad de su lenguaje provoque que lo abucheen, la sociedad de entonces no lo comprende, peri halla respaldo en sus amigosy colegas artistas. De hecho, su trabajo, incluso cuando su prestigio es ya de escala mundial, no le reportará grandes beneficios económicos. Hasta los años 50 no comienza a ganar dinero.

Miró -explicaba sobre el centro de su labor- alcanza sin drogas estados de alucinación a través de una conmoción espiritual de la que no es plenamente responsable. A veces, por la vía del ayuno. Él está convencido de que el arte había perdido su autenticidad, su sentido, y que tenía que recuperar el aspecto mágico y espiritual de las manifestaciones primitivas. Siendo muy joven ya se embelesaba con el románico de los Pirineos en sus visitas al museo de Barcelona, donde también se maravillaba con las representaciones de las cuevas de Altamira y Castellón, estudiaba los petroglifos... Era un gran admirador de Paul Klee y de los poetas franceses Artaud, Tzara, Éluard, Desnos... Busca como ellos"la realidad absoluta", que ha de venir, sostenía, de lo que ve el ojo e interpreta el cerebro más el mundo de las visiones y los sueños. Es la suma -subraya Joncosa- de la realidad exterior y lo onírico que propone Breton, que primero desdeña la obra de Miró por considerarla infantil y poco intelectual" y después acaba por definirlo como "la mejor pluma del sombrero del surrealismo".

 Como sintetizo Octavio Paz,  Miró "pintó como un niño de cinco mil años de edad", lo que vendría a ser como decir que poseía la mirada limpia de la infancia y a la vez la sabiduría del anciano...

Héctor J. Porto. La voz de Galicia, viernes,10 de febrero de 2023.

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