En el corazón de Le Marais, el barrio de moda de París, hay una humilde calle en la que no se alinean con majestuosidad los edificios de corte haussmanniano. La de los Francs-Bourgeois es una calle donde hacer compras sin arruinarse, contemplar los imponentes edificios de piedra, recalar para un almuerzo a cualquier hora, y sobre todo, tener la impresión de descubrir por uno mismo esos rincones secretos tan queridos por los parisienses. La calle solo tiene 60 números de modo que no fatigará al visitante, pero no conviene dejarse atrapar por los meros escaparates y las pétreas fachadas del Museo de los Archivos o el palacete Albert. Uniclo, ese Zara nipón de estilo informal, que todavía no ha llegado a España, es uno de los comercios recomendables, y no solo por sus precios. El local da la oportunidad de descubrir parte de las entrañas de París. Baje al sótano. El edificio pertenecía a la Sociedad de Cenizas, una cooperativa de joyeros y relojeros para tratar los deshechos de sus trabajos en oro y plata, y ahí se exponen las viejas maquinarias de la fundición. Es una reliquia que retrotrae a la historia judía de la zona. La fachada del restaurante Le Dôme du Marais, en el número 53 de los Francs-Bourgeois, no anuncia nada especial, pero el interior, un recinto circular de cúpula transparente minuciosamente decorado es sorprendente. No pase de largo tampoco por el número 8 de la calle. Dentro hay un patio típicamente parisiense, una galería de arte dedicada a la fotografía, YellowKorner y una mercería! Enorme, cuidada, heredera sin pretenderlo del pasado, cuando los hilanderos del siglo XIV dieron vida a esta zona. Y están también los jardines Diminutos, casi secretos, que salen al paso en los rincones más insospechados Pasear por esta calle de los Francs-Bourgeois, que desemboca en la Plaza de los Vosgos, es un placer, sobre todo cuando los domingos la calle se cierra al tráfico y una banda pone música al bullicio ciudadano. Es buena, pero esa anciana que baila al compás de los acordes le otorga el sabor de los extraordinario. El señor Pierre, dueño del bistrot Camille, en el número 24 aconseja: "Hay que venir también de noche. Tiene un encanto particular".
Gabriel Cañas. El País. El viajero, viernes 19 de junio de 2015
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