domingo, 21 de junio de 2015

La confianza perdida.

Abordar el papel de los padres y madres en la escuela no resulta fácil, sobre todo cuando se es uno de los agentes afectados. Es cierto que también he sido madre con hijos en edad escolar pero es una etapa ya lejana, sin particular relevancia sobre lo que quiero exponer aquí. Como han podido observar llevo un tiempo escapando de tratar este asunto desde que empecé a hablar sobre la crianza y la educación. Y sin embargo el interés, la necesidad de un intercambio de pareceres en este diálogo de sordos en el que estamos instalados nos obliga a ello. Mi situación de profesora con más de 40 años de ejercicio, bajo las diferentes leyes educativas que inspiraron a las administraciones de todos los colores políticos en este período, me permite una visión bastante completa aunque probablemente lejos de la aceptada como oficial,  sobre la participación de madres y padres en la educación en los colegios e institutos de sus hijos. Hablando claro, creo que lo que es un indiscutible avance para muchos, la influencia de los padres en la vida escolar, ha tenido, tiene, más repercusiones negativas que positivas en  el cumplimiento de los objetivos educativos.
Para tratar de entender qué está pasando leamos estas líneas de Philippe Meirieu: "Hubo un tiempo en que dejábamos a nuestros hijos en el colegio como hoy entramos en un avión: sin hacer incursiones en la cabina del piloto para darle un consejo, sin tratar de explicarle dónde y cómo debe aterrizar. Simplemente, depositábamos nuestra confianza en los profesores desde el momento en que debía tomar una decisión sobre nuestro hijo, estaba justificada; cualquier sanción se aceptaba e incluso se aplicaba con creces en casa. No se ponía en tela de juicio ningún método pedagógico."(El Mundo no es un juguete"/Micro-Macro Referencias / 2007/" Le monde n'est pas un jouet"/Desclée de Brouwer/2004). Desde que con la llegada de la democracia se abren las puertas de la escuela a las familias, representadas por las asociaciones de padres y presentes en los Consejos Escolares, la comunicación entre ellos y los profesores, que somos los agentes responsables, no ha sido, ni es muy fluida. Hoy hablamos de la ciudadanía participativa como de algo irrenunciable pero la testaruda realidad nos muestra cada día que no deja de ser una utopía y muchas de las instancias surgidas de esos deseos en la práctica no son más que otras superestructuras que solo representan a las personas que las componen, me refiero a las asociaciones de padres  que manifiestan su sentir en todos los medios de comunicación, pero no el sentir  los padres y madres en general, esa mayoría silenciosa que bastante tienen con sus trabajos y con sus vidas, el tiempo es limitado para todos, para seguir con tanto ahínco todo lo que sucede en la comunidad educativa. Los miembros activos de las Anpas sí que suelen tener muy claro lo que quieren, arrogándose con frecuencia la función de inspección y control del profesorado, función para la que la Administración ya dispone de personal cualificado. La preocupación, legítima por otra parte, por la promoción social de sus hijos, excesiva con frecuencia, coloca en el foco de atención las calificaciones, las notas, que se convierten en algo obsesivo para los alumnos, olvidando que la función primera de la educación es, la adquisición del saber, aprender, las notas, una consecuencia. Los profesores somos vistos como unos expedidores de puntuaciones, de diplomas que facilitarán, o impedirán, a sus hijos, una carrera de éxito o de fracaso. Se cuestionan las prácticas del profesorado, en los medios de comunicación, como ejemplo la iniciativa de una madre que ha recogido 100.000 firmas en contra de los deberes, o la oposición abierta a la famosa prueba de nivel en primaria. Casi siempre son posiciones que responden a ese deseo que se manifiesta sin pudor ni rubor: quiero que mi hijo sea feliz . Javier Urra, que fue primer Defensor del Menor, autor del El pequeño dictador advierte: "Querer que tu hijo sea feliz es una estupidez". 

Les recomiendo que, si no los conecen y pueden hacerlo, vean con cuidado dos documentos sobre el cambio de rol del profesor que hablan por si solos, y en términos extremos, de la diferencia en la  consideración de los profesores en los últimos veinte años. Son dos películas francesas, las dos recibieron los máximos galardones en Cannes y en los César, en su momento:  Être et avoir/Ser y tener de Nicolas Philibert, 2002; Entre les murs /La clase , de Laurent Cantet, 2008. Las dos adoptan la forma de un documental y aunque tan solo las separan 6 años , los mundos que reflejan son extremos. Es el lugar en el que transcurren  lo que decide los dos mundos que describen. Être et Avoir nos presenta una escuela rural, en Auvergne. Entre les murs, una clase de literatura en secundaria, en el distrito XX de París, con alumnos de  orígen y cultura diversos. Los profesores son, los dos, vocacionales, entregados a su trabajo. El profesor de la escuela rural es una autoridad moral para sus alumnos, cuenta con su respeto, el mismo que perciben hacia él en sus familias. En cambio el profesor del Collège de París se enfrenta a la incomprensión  y a la falta de apoyo por parte de de los padres y de la administración. Es significativa la escena de la sesión de evaluación de los alumnos en la que participan también los padres que asisten impasibles a un comportamiento grosero, ofensivo de las alumnas portavoces de la clase. He visto esta película numerosas veces con los alumnos y siempre siento el mismo desasosiego, el que percibo en el rostro del profesor, en su cruel soledad, al abandonar el centro, el día en que empiezan las vacaciones.
También nosotros los profesores de España sabemos que en caso de conflicto, léase conflicto con las notas, las autoridades educativas suelen ponerse al lado de los padres que en estos tiempos siempre defienden la causa de sus hijos. Ante una situación desalentadora como la que describo hoy, se preguntaran cual es el camino a seguir para los padres que se interesan por los hijos, dispuestos a acompañarlos en el camino de su formación , para que puedan volar solos bien armados. No tengo la respuesta, pero sí algunas certezas. Recuerden lo  escrito con anterioridad, los hijos no son de nuestra propiedad, estar atentos sí, confianza en sus educadores y desde luego, no les atosiguen mucho con las notas. Recuerden, Cuestión de Tiempo, ese canto que hice a una vida de profesora, es posible, según las circunstancias.  De los 10 alumnos de la clase solo conocí a los padres de dos de ellas, uno de ellos, el director de mi centro que nunca me hizo ninguna pregunta sobre su hija, lo que no quiere decir que no sea un padre de primera.
Carmen Glez. Teixeira

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