sábado, 20 de febrero de 2016

La Biblia de cristal

La catedral gótica de Chartres es un monumento asombroso para cualquier amante del arte. Pero la pequeña ciudad a 80 kilómetros de París atrae también por su atmósfera sosegada y un preservado centro histórico. Era más importante que París. Eso sí, en tiempos de los romanos. Hoy cuenta apenas con 40.000 habitantes, pero no va a menos, al contrario, muchos parisienses prefieren vivir aquí, con mejor calidad de vida y tardando lo mismo en llegar al trabajo que si habitasen la banlieue/ la periferia. De época romana  queda un santuario a las afueras, donde se proyecta crear el nuevo museo arqueológico. De época medieval queda todo, aunque no se vea. Se ven iglesias, callejuelas, algunas casa de entramado. Pero toda la ciudad baja conserva el esqueleto de la Edad Media, aunque los edificios estén enfoscados o rehechos. Y por supuesto está la catedral gótica, una de las más bellas del mundo, en la parte alta. Luminosa y oscura a la vez, llena de vitrales y misterios ocultos. Chartres, a primera vista, parece un pueblo. Pero es un enclave mágico. Y no precisamente por fuerzas telúricas y esotéricas: la magia está en la luz. La catedral de Chartres esconde tres iglesias. La iglesia baja, románica, y la iglesia que está encima que se quemó en 1194; enseguida se inició el actual templo gótico, que se acabó en sólo 40 años. Eso da unidad no solo al perfil de la piedra, también al conjunto de vitrales. Único por su homogeneidad y antigüedad (aunque otras catedrales puedan disputarle récords: aquí las 172 vidrieras ocupan sólo 2.600 metros cuadrados pero son todas de los siglos XII y XIII). En el año 876, el nieto de Carlomagno regaló un relicario con el velo de la Virgen que se conserva. De ahí la afluencia de peregrinos. Estos ven en el pavimento de la nave central un laberinto. Los hubo en otras iglesias y han dado pie a muchas fantasías. Tal vez sólo se trata de un símbolo, el camino que debe seguir el bien para vencer al mal: J.K. Huysmans, en su novela La catedral (1898) estudió esos simbolismos. Pero mentes más fogosas como la de Louis Charpentier (Les mystères de la cathédrale de Chartres, 1.966), han convertido este templo en un avispero de claves ocultas que siguen seduciendo a peregrinos heterodoxos. No fue tal Charles Péguy, el escritor que hizo dos peregrinajes a pie para rogar por su hijo, y que un año antes de morir en las trincheras escribía La Tapisserie de Notre Dame (1913), donde incluye poemas dedicados a Chartres. La ruta Péguy de París a Chartres acompaña sus pasos con tintes laicos y literarios.....
Carlos Pascual. El viajero. El País, viernes 19 de febrero de 2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario