lunes, 8 de febrero de 2016

La nouvelle vague dice adiós a Jacques Rivette,2

J. Rivette durante el rodaje de La duquesa de Langeais en 2006
En 1958, Rivette empezó a rodar su primer largometraje Paris nous appartient, que ya contenía muchas de sus obsesiones y marcas de estilo, como la fascinación por el teatro, las estructuras laberínticas y el gusto por la improvisación: trabajaba con un guión raquítico que entregaba la noche anterior a sus intérpretes. Su segunda película se vio enfrentada a la censura, su adaptación de La religiosa, (1966) la escandalosa obra de Denis Diderot que llevó a la pantalla con Anna Karina fue prohibida hasta 1975.....Concibió sus filmes como obras abiertas, repletas de pistas no siempre descifrables, confiando en que un espectador activo completara el resultado por su cuenta. Por ese motivo hay quien las consideró herméticas. Algunas de ellas tuvieron duraciones inhabituales como L'amour Fou (1969) que llegaba casi a las 13 horas. En la década posterior Rivette dirigió películas marcadas por esa misma libertad de forma y de espíritu, como Céline et Julie vont en bâteau (1973), Duelle (1975), Noroît (1976) o Le Pont du Nord (1980), rodadas en un París misterioso y poético. Los personajes femeninos son otro hilo conductor de su filmografía. A menudo, Rivette confió papeles protagonistas a actrices como Jane Birkin, Bulle Ogier, Geraldine Chaplin, Sandrine Bonnaire, Emmanuelle Béart, o Jeanne Balibar, a las que convirtió en actrices fetiche en títulos como El amor por tierra (1988), La bella mentirosa (1991), Juana la virgen (1993), Alto, bajo y frágil (1995), Vete a saber (2001) o La duquesa de Langeais (2007) o El último verano (2009), su testamento cinematográfico, que seguía a una compañía de artistas tras la muerte del propietario de un circo para el que trabajaban. Rivette también deja atrás una teoría iconclasta sobre la historia del cine, la llamada "política de los autore", forjada junto a Truffaut y Godard, que terminó originando un influyente nuevo canon del séptimo arte. Reivindicó que los cineastas tenían el mismo derecho al estatus de artistas que los escritores o pintores, siempre y cuando demostraran una singularidad, una voluntad de innovación y una estética propia....
Alex Vicente. París. El País, sábado 30 de enero de 2016 

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