domingo, 8 de mayo de 2016

A nuestros profesores de ayer

"Con la Ilíada en la mano, cruzaba la clase declamando
 con emoción sus versos, directos a mi corazón".
El País Semanal ha cambiado de formato en el mes de abril. Antonio Muñoz Molina ha abierto una sección: Carta Blanca, correspondencia de autor en el siglo XXI, con Querido Luis, "una carta al maestro que aseguró al padre hortelano que su hijo de 11 años valía para estudiar. Y su vida cambiaría para siempre". La carta recuerda inevitablemente a la que escribió Camus cuando le concedieron el Nobel: "Cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su empeño, sin su ejemplo, no hubiese sucedido nada de esto... sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello, continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido..." Albert Camus, 19 de noviembre de 1957. Del mismo modo que cito estos dos testimonios de personajes públicos de reconocido prestigio, quiero desde aquí rendir homenaje a muchos otros profesores anónimos que han marcado la vida de sus alumnos.  Por mi parte, siempre me he sentido en deuda con uno de mis profesores. En mi caso, aunque vengo de una familia de recursos económicos limitados, no hizo falta una intervención de los profesores para convencer a mis padres de la decisión sobre mis estudios universitarios. Mi madre veneraba los libros y había hecho de la educación de sus hijos su religión siempre con el acuerdo de mi padre. Y esta vez fue él quién me salvó.  Los esfuerzos económicos se concentraron en mi hermano que era el mayor y  ya estaba en la universidad cuando llegó mi turno. Mi futuro era más incierto. Era chica y la pequeña y por extraño e injusto que parezca antes las cosas funcionaban así. Así que cuando mi padre, unos días antes de finalizar el bachillerato entró en casa anunciando que los sindicatos de entonces convocaban unas becas universitarias que costeaban todo, matrículas, libros, alojamiento, previo examen y media de sobresaliente durante los estudios, vimos una puerta abierta para mí. Una puerta que me permitió la entrada en Colegios Mayores regentados todavía por la Sección Femenina, primero en Santiago, después en Salamanca. La puerta de mi libertad. Todo lo demás vino rodado. Sin embargo, la luz que iluminó mi camino, la pasión por la palabra que siempre quise transmitir a mis alumnos, el modelo de profesor que me gustaría ser, se los debo al profesor de griego, en el Colegio de las Carmelitas de Ourense. F. B., un cura, joven entonces, alto y delgado, todavía con sotana. Con la Ilíada en la mano, cruzaba la clase declamando con emoción sus versos, directos a mi corazón. Unos años más tarde, movió el azar los hilos y nos encontramos en Vigo. Los dos, sin saberlo, habíamos hecho la oposición el mismo año y habíamos pedido el mismo destino. El llegó unos meses antes y lo nombraron director. Ahora, ya sin sotana, era un excelente gestor pero la magia de aquella clase nunca volvió. Estuve dos años en ese instituto. Me fui, era muy joven  y no supe o no pude verbalizar mi gratitud. Ayer, al recordarlo, me invadió la nostalgia y quise saber que había sido de él. Murió en 2014, a los 81 años, en Maside (Ourense), seguía siendo sacerdote. No lo dije en su momento por eso lo escribo aquí: "tu recuerdo está en mi, te lo debo".


Desde hace un mes ha vuelto a las páginas de los periódicos el debate sobre reválidas sí, reválidas no. El desencuentro entre autoridades educativas, asociaciones de padres, padres a título personal, partidos y plataformas políticas sobre el desarrollo de la Lomce, ley aprobada en el Parlamento es enorme. Se ha convocado hace unas semanas una huelga de estudiantes en un momento de incertidumbre política con un gobierno en funciones... Hoy mismo el ministro de Educación, todo sonrisas hasta ahora, saludado como dialogante por la oposición nos recordó en el telediario que "las leyes son para cumplirlas". Los profesores, en general, asistimos mudos al espectáculo. Bastante tenemos con cumplir, además de con nuestras clases, con todas las instancias que nos impone la administración que ha entrado en una loca espiral de lo pedagógicamente correcto, hasta extremos rídiculos como la jerga de la nueva terminología, veánse los índices de las nuevas programaciones. Y lo grave es que no solo ocurre en España, esta enfermedad de los tecnócratas de la educación se extiende por Europa sin que veamos la más mínima incidencia en la mejora de los resultados escolares. Hoy los profesores no solo hemos perdido gran parte de la confianza que los padres nos otorgaban, sino que nos hemos convertidos en sospechosos frente a la administración  de no estar al día no en nuestro saber,  pero sí en nuestro saber hacer. La tiranía de la pedagogía. Siempre estuve persuadida que, cuanto mayor es el saber, mejor es el saber hacer. 

Todo llega cuando tiene que llegar. Un artículo de Alicia Delibes en Libertadigital.com, (25-4-2016)"Los Desheradados", título del libro Les Déshérités de Xavier Bellamy, pone el dedo sobre la llaga. Les Désherités ou l'urgence de transmetre, éditons Plon, 2014/ Los desheredados o la urgencia de transmitir. Un título que lo dice todo y sobre el que volveremos. Una denuncia del nuevo enfoque del papel de la educación dirigido por la administración educativa francesa que se viene gestando desde mayo del 68. La democratización por abajo. Pero como muy bien dice Bally: "La transmisión de la cultura supone un alcance esencial:  lo que aumenta con ella, no es lo adquirido (l'acquis), el tener ( l'avoir), el capital cultural del individuo, sino su mismo ser".

Y sin embargo, aunque los tiempos no pinten bien, siguen existiendo  profesores que deciden el destino de los alumnos como nuestros profesores de ayer. Pienso en dos ejemplos recientes: el profesor de música de La familia Bélier, la profesora de la pequeña protagonista de Mustang, su tabla de salvación.

 Somos nosotros, los herederos, los que tendríamos que defender una auténtica transmisión del saber.

Carmen Glez,Teixeira

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