viernes, 27 de mayo de 2016

Los pies descalzos de Pop

Iggy Pop y Jim Jarsmuch
Gimme danger , así se llama la segunda película que trajo este año a la Croisette Jim Jarmusch, es básicamente una carta de amor a un amigo: la de Jarmusch a sí mismo, en calidad de fánatico de Iggy Pop. La idea no es tanto repasar la corta historia del grupo que antes que revolucionar nada se revolucionó a sí mismo, sino acercarse a su líder en toda su excepcional ferocidad y belleza.. Toda la película, según confesión de su realizador, quiere construirse con el mismo magma de las canciones del grupo. Entre el material reciclado de la cultura popular, la impertinencia, la provocación y la más irreverente fe en el caos, durante la hora y media que dura, se mezclan fragmentos de la televisión, recuerdo apócrifos, fotografías perfectas, animaciones aleatorias y una leve, solo tenue, reflexión histórica de las llamas que entre 1967 y 1975 consumieron al grupo. Luego vendría su resurrección en 2003, pero eso es otra historia". "Quería una película  divertida, emocional, fuerte y salvaje", comenta Jarmusch. A su lado, el propio James Newell Osterberg (es decir, Iggy) le da la razón y se atreve con una reflexión de lo que vivió entonces y lo que se vive ahora: "Confío en que el rock siga vivo. Nosotros nos lo repartíamos todo como comunistas. Ahora las discográficas solo están preocupadas por el negocio. El arte es otra cosa. Todos nosotros podemos acabar esclavizados por la tecnología". Y ahí lo deja. Sea como sea, y pese al catálogo irreprochable de intenciones, es cierto que el documental alcanza con dificultad a superar el ámbito de lo protocolario. Bustos que hablan y grabaciones que se suceden. Pese a ello, las canciones corren, como una exhalación en carne viva. La música de los Stooges vive pendiente del arrebato de los cuerpos, de la fiebre de las noches. Al final, ante la exigencia por una definición de sí mismo, Iggy duda. "Yo soy", dice. Exactamente igual a la leyenda que le posee. El final es el principio.
Luis Martínez. Cannes. El Mundo, viernes 20 de mayo de 2016

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