Es esta una película pequeña, de las que pasan desapercibidas. Sin muchas pretensiones y con afectuosa calidez, nos habla de la vejez y la juventud, del círculo de la vida. Lo hace con un discurso sencillo y emotivo. Sin los énfasis o subrayados típicos del cine actual, tan mal influenciado por las sevicias de la televisión. Pero, a pesar de su voluntaria brevedad, el valor de filmes como Los recuerdos es incalculable, entre tanto ruido y furia, entre tanta vacuidad tuneada. La historia es simple, la hemos visto en otras películas, pero aquí cobra una vida especial. Una anciana parisina, un espíritu demasiado joven para el geriátrico, decide huir tras los recuerdos luminosos de su infancia, en Normandía. Y hasta allí la sigue su nieto, un chico que aún empieza la vida, trabajando de recepcionista de noche en un hotel, soñando con ser escritor, deseando enamorarse. A su lado, sus padres viven un desamor cotidiano y el fin de la vida laboral. El actor de carácter Jean-Paul Rouve -que interpreta al dueño del hotel donde trabaja el joven protagonista- muestra un pulso sabio, casi maestro, en esta su tercera película como director. Consigue que los objetos hablen: las zapatillas del abuelo muerto, abandonadas al pie del sillón. Y muestra un pausado sentido del humor, muy comprensivo con sus bufones cotidianos. Además, la dirección de autores es sobresaliente, dándoles voz a secundarios de toda la vida como el propio realizador. Annie Cordy, dama octogenaria, curtida en decenas de pequeños papeles de televisión. Michel Blanc, inolvidable Monsieur Hire pero casi siempre enérgico anónimo. O el maravilloso Jacques Boudet, tierno pintor fauvista de vacas que parecen caballos. La vida está ahí, en los secundarios. En los que no son protagonistas de hazaña alguna, salvo la de sobrevivir. La película comienza y acaba en el cementerio de Montmartre, cargada de melancólica belleza, sin la impostura o la grandeur del peor cine francés. Es una pieza delicada que uno recordará con el paso del tiempo. Y eso, en esta época de los desechable, es mucho.
Eduardo Galán Blanco, La Voz de Galicia, viernes , 29 de abril de 2016
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