sábado, 14 de mayo de 2016

El Amiens de Jules Verne

Esperas encontrar una ciudad en la que bares, tiendas, restaurantes y garitos te salgan al paso con nombres como Capitán Nemo, Phileas Fogg o Miguel Strogoff pero tienes que llegarte hasta su Circo para encontrar el nombre del escritor, o hasta la Universidad de Picardía, que también luce su nombre, el de uno de los escritores de aventuras más leídas del mundo: Julio Verne. Nació en Nantes y su carrera literaria había despegado en París, pero eligió Amiens, la ciudad de su esposa, Honorine Deviane, porque quedaba cerca de la capital, - apenas un hora en tren- y más cerca aún de Le Crotoy, el pueblo costero cercano al canal de la Mancha que se abre en la desembocadura del río Somme. El marinero Verne necesitaba el mar y estar cerca de sus barcos, cada vez más grandes, que siempre bautizaba con el nombre Saint-Michel en honor a su único hijo. A sus 43 años encuentra que en París todo es "demasiado febril y ruidoso" y que la tranquila Amiens que el río Somme deshilacha en canales "es una ciudad sensata y cortés". Justo lo que necesitaba para trabajar en paz. Verne ya vive ahí en el tiempo en que el esteta John Ruskin, uno de los grandes críticos de arte del XIX, visita su catedral, la mayor de Francia, para elaborar La biblia de Amiens (1880-1885), ensayo que fija en esta construcción el vínculo entre la historia de Francia y la modernidad. Un libro que deslumbrará a un joven Marcel Proust hasta el punto de traducirlo y peregrinar hasta Amiens cautivado por las reflexiones del inglés sobre la memoria, el pasado y el arte. El tiempo en que se cruza este trío de ases marca la fisonomía de la ciudad, en el último cuarto del siglo XIX. Aun lado, el barrio antiguo de Saint -Leu, con sus canales, sus fachadas antiguas, sus minúsculas casas; los jardines flotantes (Hortillonnages), a los que se llega en barca, y sobre todo su despampanante catedral de Notre Dame, levantada por el influyente gremio de los tintoreros amienses medievales. Al otro lado de sus antiguas murallas derribadas, por las que ahora corren las vias del tren, está la ciudad moderna, donde se instala Julio Verne con su familia, primero en el 44 del hoy Boulevard Jules Verne, casa a la que volverá unos años antes de morir, y luego, casi al lado, al 2 de la Rue Charles Dubois, donde vivió 18 años y ahora se levanta un museo delicioso de lo más verniano. Si la catedral era el símbolo del pasado, que convocan Ruskin y Proust, el tren que circula bajo su ventana, e inunda de hollín su mesa de trabajo, será la imagen de futuro y aventura que ama Verne. Es la línea que enlaza París con el Paso de Calais, y la estación para ir a resolver sus asuntos con el editor Jules Hetzel, está realmente a un paso....
Pilar Rubio Remiro. El Viajero. El País, viernes 13 de mayo de 2016

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