domingo, 18 de septiembre de 2016

Viajar para contarlo

Hace unos días en la sección de este blog Al día transcribía un fragmento de la entrevista  a Mathias Enard con motivo de la publicación en España de Boussole/Brújula,  premio Goncourt en 2015. Me hice con el libro. Ocupada con el trajín del inicio de curso se lo presté a una vecina y colega recluida en su casa por un accidente casero. Sus comentarios, es una lectora exigente que no se deja engatusar fácilmente, avivaron el interés que ya me había suscitado la entrevista. De modo que decidí entregarme a su lectura y a ello dediqué una parte de la tarde de  ayer  y otra de la noche. He leído hasta ahora 115 páginas, aproximadamente una cuarta parte del libro completo. Lo suficiente para animarme a escribir algo sobre viajes y viajeros, los grandes protagonistas del verano. Dos precisiones: En primer lugar,  Boussole es mucho más que un libro de viajes. Digamos que los viajes, los desplazamientos de los protagonistas son los que marcan el compás de la historia de amor de los protagonistas  y sobre todo de su investigación y estudio de las relaciones artísticas ente Occidente y Oriente. Por otra parte algunas similitudes entre el carácter de los dos protagonistas y el mío, me hicieron recordar momentos de mis viajes.

Enseguida simpaticé con el narrador, Franz Ritter que, en su casa de Viena, una noche de insomnio, rememora su vida, articulada en torno a su amor por Sarah, arabista como él, ambos estudiosos de las relaciones entre Oriente-Occidente. Ella sobre todo desde la literatura, él desde la música. Conozco bien todos los intentos sin éxito de conciliar el sueño que van salpicando la narración. Sarah irrumpe en las primeras páginas del libro, siempre a través de los ojos y las palabras de Frantz afirmando"no hay azar, todo esta relacionado". Se encuentran por primera vez en un coloquio en Hainfeld (Austria) pero lo que selló su amistad fue la excursión que hicieron a un pequeño pueblo, Mogersdorf, para visitar el monumento a la batalla de San Gotardo, muy cerca de Hungría  en 1664. Una victoria del Sacro Imperio, con la ayuda de los franceses, frente a los otomanos. Allí confirma Franz hasta qué punto Sarah es "sabia, curiosa, ávida de conocimientos....se había preparado la visita lo conocía todo de esa batalla olvidada"(pg.43). Seis semanas despúes Ritter va a Estámbul por primera vez. Más tarde se desplazarán a Damasco, Teherán, Alepo... En esta primera parte del libro, Viena, la ciudad desde la que el narrador nos habla es también la primera en la que recuerda a Sarah ya que es el escenario de su último encuentro. Las ciudades, los viajes no están contados  de un modo líneal sino que los saltos en el tiempo son constantes según van surgiendo en su pensamiento. Viena, una ciudad envuelta en música por la que la llevó en su primera visita: la casa de Schubert, las numerosas moradas de Bethoven y por supuesto a la ópera, Simón Boccanegra de Verdi  a Mahler que es quien viene a su cabeza durante a la visita del museo judío para cumplir el deseo de Sarah. Es también la ciudad de Freud cuyo apartamento visita Sarah. Frantz viaja a Estámbul por primera vez solo. Desde allí escribe regularmente a Sarah. Le envía postales de Santa Sofía, del Cuerno de Oro que le sobrecogen, le cargan de energía. Estámbul, "una herida marina, una falla, un desgarro de belleza en la frontera"(pg.64). En la mezquita de Süleymaniye vive una experiencia próxima a lo que se conoce como el síndrome de Stendhal: solo, en la sala de oración siente una contracción en el pecho, una pérdida de referencias, rodeado de luz. Se emociona hasta el llanto. Luego una gran calma aunque pronto siente que la belleza le abandona y una enorme tristeza se apodera de él, volviendo a percibir toda la imperfección del mundo.  Listz y su música acompañan los recuerdos de Estámbul.


Estuve en Viena cuatros días escasos en  noviembre de 2006 ( el año de Mozart),  para asistir a un Congreso Internacional de Profesores de Francés. Salvo un paseo rápido por el centro de la ciudad, el día en que se inauguraba el congreso, la mayor parte del tiempo estuve en el Instituto Francés donde tenían lugar las conferencias y reuniones de trabajo. Entonces era la responsable de la Asociación de Profesores de Francés de Galicia y estos encuentros eran una ocasión muy provechosa para conocer y contactar profesores que luego vendrían a Galicia a nuestras coloquios. Sin embargo, una tarde fría y lluviosa conseguí escaparme una hora para visitar el apartamento de Freud que no se encontraba lejos de nuestro lugar de trabajo. Visita que vuelve a mi recuerdo con la que hizo Sarah. Con ella también comparto " el gusto por leer el mundo como una sucesión de coincidencias, de encuentros fortuitos que le confieren un sentido al conjunto, que dibujan el ovillo de lana de la contingencia y los fenómenos"(pg. 113). 
No conozco Estámbul. Aunque muchos y muchas me han hablado de esta ciudad, nadie como este escritor y su prosa tan cuidada y poética.  Si siempre tuve ganas de viajar allí, mucho más ahora. Solo estuve una vez en una mezquita, en Túnez, y es cierto que son lugares que impresionan pero me gustaría probar suerte, poder sentir ese transporte físico  y espiritual que sintió el narrador en la mezquita de Süleymaniye. 

Con Boussole, mejor dicho con la cuarta parte de Boussole, cierro mis viajes veraniegos por este año. He vuelto a Viena, ciudad a la que siempre quise volver por la pequeña frustración que viví en mi primera visita y que ahora siento más próxima. Estámbul es una promesa. Como otras veces algunos de mis mejores viajes han sido gracias a los libros cuando están tan bien escritos como el del que les hablo. Por ello he escogido para el título las palabras de Gabriel García Márquez: "La vida no es lo que uno vivió, sino lo que uno recuerda, y como la recuerda, para contarla."

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