lunes, 14 de agosto de 2017

Reparar a los vivos

La escritora Maylis de Kerangal confesaba haberse inspirado en el lenguaje de los cantares de gesta a la hora de fijar el registro formal de su novela Reparara a los vivos (Anagrama) epopeya de un corazón que viaja del cuerpo accidentado de un surfista al de una profesional de música cuya salud le exigió abandonar la práctica artística. Con frases meándricas y un preciso control de la puntuación marcando el ritmo, el estilo de la autora elevaba a una dimensión poética esta historia donde los competentes profesionales del trasplante de órganos lograban conectar lo muerto y lo vivo trasladando en sus neveras un perecedero Santo Grial. Adaptar una novela donde la textura estilística resulta clave para sortear la distancia entre la anécdota y la categoría plantea un interesante problema formal. La cineasta Katell Quillévéré ha querido resolverlo apostando por un lenguaje fluido y sensorial, sustentando en virtuosos movimientos de cámara y en un montaje que armoniza las acciones de los personajes según una lógica al mismo tiempo musical y narrativa. La película, sin duda, debe buena parte de su efecto a la labor de Alexandre Desplat. En Reparar a los vivos el lenguaje de la ficción lleva la contraria a los protocolos de actuación en un trasplante de órganos, fundamentados en la anonimia del donante y en la protección de los datos del receptor frente al entorno afectivo de aquel. Al proponer un relato en continuidad, la película, en mayor medida que la novela, no sortea el sentimentalismo y convierte al espectador en intruso omnisciente e impúdico de una narrativa cuyos implicados sólo podrían conocer de una manera parcial. Escenas como la del fantaseo romántico en el ascensor o la de los cascos musicales antes de la intervención se hunden en una indeseable cursilería.
J.C. El País, viernes 4 de agosto de 2017

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