viernes, 11 de agosto de 2017

Jean-Michel Jarre

                                 Jean Michel Jarre. © Fotonews
Si su padre puso música a las más clásicas imágenes del cine de David Lean, el llenó de imágenes el pop electrónico, del que es uno de los pioneros. También de los conciertos multitudinarios, sin los cuales su propia existencia carecería de sentido. Para Jean-Michel Jarre no hay nada imposible. Al músico le rinden pleitesía desde Hans Zimmer hasta Moby, pasando por Daft Punk, Armin Van Buuren o M38. Es incluso el músico favorito de Iker Jiménez que afirma haber visto un ovni durante un concierto del francés. Supera eso, Giorgio Moroder. Supo quitarse la losa de "hijo de" Maurice Jarre y labrar su propio camino sonoro. Y a juzgar por su aspecto, también es un hombre que pactó con el diablo, pues a sus 68 no aparenta más de 40. Es fácil entender la atracción que sintieron hacia él mujeres de rompe y rasga como Charlotte Rampling. "Son los genes", se ríe con aires de Lindo Pulgoso. El resto está a la vista. Entró en el Libro Ginness de los récords con el millón de personas que congregó su concierto de 1979 en París. En 1997 fueron más de 3,7 millones las que acudieron a escucharle en Moscú. Y en abril llevó su nuevo espectáculo a Masada, en Israel. Lo hizo por el Medio Ambiente como embajador de la UNESCO, por la música y, para qué negarlo, por su ego. Jarre siempre consigue lo que se propone. ¿Algún obstáculo insalvable que le venga a la cabeza? "La inteligencia artificial. Será el verdadero cambio en nuestras vidas. En 20, 30 años, habrá grandes ordenadores capaces de crear imágenes y música. Pero tampoco es que me asuste la idea. Nos adaptaremos, aunque ese será el cambio más determinante que vamos a vivir", comenta con aplomo. Alguien capaz de trazar un puente entre "la experimentación y la melodía" -así le gusta describir su música- está habituado a buscarse la vida con la tecnología. "El peligro es que los nuevos artistas se quedan pegados de ella y los programas se quedan obsoletos mañana mismo. Lo único que importa es el corazón y la intuición". El corazón de este compositor de aprendizaje clásico se llenó de cine y pintura antes de que plantase la semilla de la música electrónica.... Si tiene que citar un principio, un origen, se decanta por el clásico cinematográfico de Stanley Kubrick 2001, una odisea en el espacio. Durante una semana fui a verla diariamente porque no era solo una película, era  un concepto creativo completamente diferente", rememora. Una obra que le enseñó lo que más aprecia de la suya propia:"El silencio entre las notas"...
Rocío Ayuso. ICON. El País, agosto 2017

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