lunes, 23 de octubre de 2017

Así empezó todo

Escena del Regador regado de Lumière
Estoy solo en la sala donde me hacen el pase matinal de un filme tan necesario como hermoso.
Se titula Lumière! Comienza la aventura. Lo dirige y ejerce de ilustrado, agradecido, perspicaz y admirable narrador Thierry Frémaux, el hombre que posee las llaves del reino en el todopoderoso festival de Cannes... Ignoro cómo podrá reaccionar un público acostumbrado al cine actual, mayoritariamente el de Hollywood, a consumir imágenes a toda hostia, a que los planos no duren más de veinte segundos, al imperio de los efectos especiales, ante el enamorado retrato que hace Frémaux de los inventores de algo realista o mágico, maravilloso en cualquier caso, llamado cine. Tal vez se escandalicen por haber pagado una entrada para asistir a algo tan exótico y fatigoso para ellos como es la arqueología del cine. O sea, que nadie vaya despistado. Por mi parte, es lo más bonito que me ha ocurrido en una sala de cine durante los últimos y desalentadores meses. Sonrío, río, me fascina el talento y la imaginación de los hermanos Lumière (y del centenar de operadores que trabajaron a sus órdenes fotografiando el desconocido mundo, cuando viajar por él era un privilegio de cuatro elegidos, aventureros, comerciantes o exploradores) aplicando tres premisas fundamentales que plantea Frémaux y que son ¿qué quiero contar?, ¿cómo lo voy a hacer?, ¿cuál es la mejor posición de la cámara? resueltas lucidamente por los que estaban inventando el lenguaje del nuevo arte. Calculan que los que por primera vez dejaron pasmados a los espectadores con La salida de los obreros de la fábrica crearon entre 1895 y 1905  más de 1.400 películas. Frémaux muestra un centenar de ellas. No se asusten. Solo duran 50 segundos. El temario es muy amplio, pero jamás ampuloso. Sus cámara filman la vida, paisajes, el ritmo y color de las calles (colores reproducidos en blanco y negro), a la gente...
Carlos Boyero. El País, vierne 20 de octubre de 2017

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