martes, 31 de octubre de 2017

Picasso/Lautrec a la luz de la aguardiente

 La  'Troupe de Mlle Églantine' de Toulouse-Lautrec; un lustro más
tarde Picasso pintó  'Jardin Paris' (Museo Thyssen / Archivo)
Picasso es un pintor admirado, pero no amado. En cierto modo es un genio diabólico, creador de formas, que se sirvió de la inspiración de otros artistas para escalar la cima del arte hasta conseguir su destrucción. "Esconded a vuestras mujeres" avisaba algún amigo ante la llegada del seductor Petronio a una fiesta romana. Lo mismo decían de Picasso sus colegas cuando los visitaba en su estudio. Matisse, Braque y Juan Gris solían esconder sus trabajos porque sabían que se podía apropiar de sus secretos. Ved aquí a Juan Gris en el Bateau-Lavoir de Montmartre, alimentado con sopa de huesos de aceitunas, tomándose con una seriedad y rigor absolutos su trabajo. A Picasso le bastaba con mirar de soslayo por encima del hombro el cuadro que estaba realizando su amigo con el cartabón para absorber como un mago su contenido y convertirlo luego en una obra propia llena de libertad, humor y descarada soltura sin esfuerzo alguno. Pablo Picasso ya conocía la pintura de Toulouse-Lautrec cuando en 1904, a los 23 años, se instaló en París, ataviado de joven bohemio con pipa y chambergo. Picasso en Barcelona había sido asiduo de la taberna Els Quatre Gats, donde Ramón Casas e Isidro Nonell le habían hablado y ponderado el trabajo de ese aristócrata de aspecto deforme, nacido en Albi, en 1864, de cabeza grande, con apenas metro y medio de estatura debido a las piernas atrofiadas por dos caídas del caballo cuya figura  se había convertido en un icono de aquel mundo de cafés cantantes, cabarets, prostíbulos, salas de baile, circos y teatros de Montmartre. Lautrec seguía el consejo escatalógico de Ingres: "Dibuja un buen perfil y cágate dentro". Bajo la luz pegajosa  que exhalaba el vapor de aguardiente en los tugurios, Lautrec había tomado imágenes en directo con el pulso nervioso de aquellas criaturas a quienes la historia, como a él mismo en su pervertida perversión,  había arrojado al estercolero social... Pablo Picasso, desde Montmartre, se abatió sobre esa estética  y entró a saco en la misma galería de personajes  cuando Lautrec ya había muerto, a los 37 años... Si uno visita la exposición en el Thyssen donde se muestran los cuadros de la época azul de Picasso superpuestos a la obra de Lautrec, cabe preguntarse cuál de estos dos formidables artistas es el verdadero creador, a quien pertenecen en propiedad intelectual estas criaturas desesperadas, en que cuadros hay más técnica, más verdad más compasión. Es una cuestión difícil de dilucidar...
Manuel Vicent. El País, sábado 28 de octubre de 2017  

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