París soy yo
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Café Français |
El Café Français se abre a la bulliciosa Plaza de la Bastilla con un brillo dorado. Es como el interior de un huevo Fabergé amueblado por India Mahdavi con mobiliario rojo y azul eléctrico. La música es ochentera, tranquila pero alegre. Como la voz de Thierry Costes (1975), el dueño del lugar, que no puede evitar entusiasmarse al hablar de su negocio:"Hasta los 10 años viví encima del local de mi padre y ahora lo hago al lado de uno de ellos. Para mí es una pasión", confiesa el hijo de Gilbert y sobrino de Jean-Louis Costes, la poderosa hermandad de la restauración gala que en los años ochenta rehabilitó un icono nacional: el café parisino. Aunque pueda parecer una ciudad que nunca perdió el glamur, en la mencionada década París vivió desorientada. Perdida la energía que había irradiado durante los sesenta y los setenta, Tokio y Nueva york la habían superado en poder de seducción. Londres la miraba por encima de sus hombreras. Resistía como capital de la alta costura, pero París no despegaba en lo cotidiano. Sus cafés y brasseries estaban sumidas en un tipo de decadencia que se explica en tres palabras: formica, acero y escay. Cuando en 1984 mi tío Jean-Louis contrató a Philippe Starck, por entonces un joven diseñador, para abrir el Café, fue una revolución. El diseño no existía en las cafeterías, que además tenían una propuesta gastronómica muy simple: bebidas y sándwiches de jamón y queso", cuenta Thierry Costes. En las brasseries el panorama no era mucho mejor:" Solo podías pedir sopa de cebolla o huevos con mayonesa. Nosotros introdujimos un menú internacional con platos sencillos y sanos de primera calidad, como el gazpacho o el tomate con mozzarella. Ahora todo el mundo lo hace". El impacto del Café Costes fue brutal. André Saraiva, artista francés y fundador del popular local nocturno Le Baron, además de amigo y socio de Thierry, recuerda divertido como "la gente iba solo para visitar los baños". Les toilettes del Costes -que estaba en el barrio de Les Halles y cerró en 1990- se convirtieron en parada obligada en la ciudad igual que el Louvre o el Palais Royal. Luego llegó el Café Beaubourg, frente al museo Pompidou, diseñado por el futuro pritzker Christian de Portzamparc. A partir de aquí, se puede contar la historia del cool parisino a través los locales que la familia Costes ha ido abriendo en la ciudad. O, a través de los artistas, interioristas y el público que han pasado por ellos, podemos analizar el paso de la hostelería como el simple negocio de dar de comer y de beber a la hostelería como fenómeno cultural. Tanto, que la editorial Assouline acaba de publicar un libro en el que se ilustran los principales proyectos -más de 30 cafés, hoteles y restaurantes- que Gilbert y su hijo Thierry han realizado bajo la denominación empresarial Beaumarly .....
Mario Canal. ICON. El País 16 de octubre de 2017.
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