sábado, 17 de febrero de 2018

El despertar de Canfranc

La estación de Canfranc
Muchas leyendas se ciernen en este municipio de Huesca en la frontera con Francia. Canfranc se ve blanco, se siente frío, sabe a sopa de ajo, suena a cuervos y huele a leña. Se levanta en un estrecho valle de la comarca La Jacetania, Huesca, y distribuye sus algo más de 500 habitantes en torno a una calle principal que corta por su mitad una estación de tren de estilo modernista. La inauguró Alfonso XIII en 1928 y vio partir su último vagón en 1970. Su historia es breve, pero en ella el pueblo se ha construido un nombre. Durante la II Guerra Mundial, España enviaba por sus raíles wolframio y pirita para blindar el armamento nazi. Y Alemania correspondía con oro y joyas. En torno a ella se fraguó también una importante red de espías que trataba de debilitar el poder nazi y por sus alrededores entraron a España judíos fugitivos de la Europa ocupada. Pero ese trajín bélico se esfumó hace casi medio siglo. En invierno solo se ven grupos de turistas que juegan con la nieve y las estalactitas que se forjan en los tejados. La gran mayoría viene a esquiar a las pistas de Astún  o Candanchú y, si no fuera por ellos las calles se verían vacías. Sorprende la vida de este pueblo remoto que corrió el peligro de quedar abandonado al cerrar la estación, pero al que ahora no le faltan servicios. Oferta una decena de hoteles, albergues y hostales, otros tantos restaurantes, dos estancos, un par de tiendas de material de esquí, lavandería, cuatro cajeros en escasos metros...Cuenta también con un colegio en el que estudian cerca de 20 niños, un gran pabellón polideportivo y hasta un laboratorio científico ubicado en el túnel ferroviario, Canfranc Estación alberga ahora la mayoría de los servicios. Canfranc Pueblo, el segundo núcleo del municipio, a pocos kilómetros al sur aloja a pocas decenas de habitantes y el cementerio sobre el que recaen varias de las leyendas que sobrevuelan el municipio. Aquí comentan los lugareños yacen en pacífica convivencia un judío que intentó escapar por la frontera hispano-francesa y un general nazi. Pero en invierno es imposible ver más que alguna cruz que sobresale por encima de la capa de nieve. 
En Canfranc todo gira alrededor de los misterios de su estación y permanece oculto hasta que se rasca la superficie. Nadie dice conservar recuerdos materiales... La gente del pueblo parece tener cierto temor a contar de más. La historia de la estación siempre se ha sabido en el pueblo, pero fue en en 2000 cuando un ciudadano francés encontró allí abandonados los documentos que probaban el paso, entre 1942 y 1943, de 86 toneladas de oro nazi robado a los judíos, destinadas en su mayor parte a Portugal. Se empezó a mencionar a Albert Le Lay, el jefe de la Aduana francesa en Canfranc, miembro de la Resistencia, que facilitó la entrada a España de cientos de refugiados, muchos de ellos judíos, mientras simulaba colaborar con los nazis...
Sobre Canfranc se articulan ahora varios proyectos que buscan recuperar el esplendor perdido. Por un lado la reapertura del tráfico ferroviario transnacional que acaba de contar con un fuerte impulso al recibir de la Unión Europea una subvención de 7,5 millones de euros...De forma paralela, la comunidad autónoma pretende restaurar  todas las instalaciones asociadas al ferrocarril."El plan actual se basa en conservarlo todo. Hay que reformar lo que hay, llenarlo de vida y usos ciudadanos" dice José Luis Soro, consejero del Gobierno de Aragón...
Virginia López Enano. El País Semanal, 24-12018

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