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Henri Michaux |
A Henri Michaux (Namur, Bélgica, 1889-París, 1984) se le han buscado afinidades con algunos de los movimientos creativos más carismáticos del siglo XX, en especial del grupo de los surrealistas. Pese a sus conexiones con ellos, el artista y escritor nunca se adscribió a ninguno. Figura inclasificable, su búsqueda incesante más allá de los convencionalismos y corsés no le permitía dejarse atrapar por etiquetas o manifiestos. Michaux fue vanguardia de un solo hombre, él mismo, y, de tener que ponerle un nombre, sería el de "fantasmismo": su obra recoge las huellas de quien sale al encuentro de lo inesperado, y que suele materializarse en el rostro de lo que nos parece un espectro. Esta indagación en el reverso de la realidad a través del arte y el ensanchamiento de la percepción mental vertebra la exposición que le dedica el Museo Guggenheim de Bilbao. El otro lado reune más de doscientas piezas, entre obras y objetos reunidos en vida por Michaux -principalmente instrumentos musicales y esculturas etnográficas-, que dan cuenta de su afán exploratorio.
Michaux consideraba la pintura europea una "banal repetición de la realidad", en palabras del comisario de la muestra, Manuel Cirauqui, y no fue hasta que conoció el trabajo de Klee y Ernst que supo de un arte que permitía a uno fabricarse su propia realidad a través de un tránsito al otro lado. Ese estado de movimiento continuo entre lo vivido y lo imaginado se articula en un un recorrido de tres de las inquietudes del creador, concretadas en tres salas del museo: la figura humana, el alfabeto y lo que aquí se ha llamado la psique alterada...
Xesús Fraga. Bilbao. Enviado especial. La Voz de Galicia, viernes 2 de febrero de 2018
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