lunes, 9 de julio de 2018

El ejército femenino


Fotograma de Las guardianas
La verdadera retaguardia de las guerras la han formado siempre las mujeres. Alejadas del enemigo y de la batalla, son imprescindibles para el más allá, para ese día en que las balas dejen de sonar, los hombres regresen, y las cosas, en el más amplio sentido de la palabra, sigan como estaban. Sostenes económicos, sociales, éticos, mentales, sentimentales. Un extremo no demasiado tratado por el cine, sobre todo en comparación con la cruenta lucha, pero que sí ha dado, desde los más diversos ámbitos ideológicos, propagandísticos e históricos, películas tan formidables como La señora Miniver (William Wyler, 1942), película estadounidense ambientada en Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial, y La más bella (Akira Kurosawa, 1944), producción japonesa de la misma época, y del enemigo. Una vertiente a la que se acerca de un modo retrospectivo el siempre interesante director francés Xavier Beauvois con Las guardianas, magnífico título desarrollado en un pequeño pueblo de la Francia rural durante la Primera Guerra Mundial. Una obra con la que Beauvois regresa a su poderoso estilo de cine contemplativo, labrado a fuego lento, como en la excelente De dioses y hombres (2010), quizá pensando que la calma física, el nervio mental y la labranza espiritual del día a día de los monjes de un monasterio se asemeja al estado de las mujeres solas durante una contienda.
Sin embargo, a pesar de la preciosa luz de los amaneceres y los crepúsculos, del fuego interior de una chimenea y exterior del sol apretando sobre las trabajadoras del campo, bellas imágenes, que nunca caen en el esteticismo, la película se hace más morosa que sosegada. Y los apuntes sociales, sobre el clasismo principalmente, pero también sobre el romanticismo, no son suficientes para que su esquelético guión sostenga el parsimonioso peso del tiempo, o ese innecesario viraje en el punto de vista, puntual, de apenas unos minutos hacia la batalla de los hombres. Como si necesitara recalcar lo cruento de la lidia con la muerte, cuando fuera de campo y del relato, con la exclusividad de las mujeres, resultaba mucho más eficaz.
J. O. El País, viernes 22 de junio de 2018.


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