sábado, 21 de julio de 2018

Tous ensemble

Decía Michelet que éste mi país de adopción es una invención inglesa. Que nunca había habido una Bélgica y nunca habrá una". Que es un pueblo de funcionarios nacido como un tapón y nada más. Sin alma sin aspiraciones. Es posible que casi durante dos siglos haya podido ser algo así, pero si Michelet hubiera estado el viernes 6 de julio en la Place de la Bourse de Bruselas o en el centro de Amberes, se hubiera llevado una sorpresa espectacular... Los Diablos Rojos han logrado lo que décadas de política, cultura e historia común habían truncado. No un proyecto, ni un entendimiento sobre lo que realmente son , porque en el fondo sólo hablamos de una pelota, pero sí ilusión. Bélgica se ha aferrado a sus 11 futbolistas, dirigidos por un español, con una pasión desbordante y contagiosa. Sorprende y agrada que desconocidos se paren por la calle, se sonrían y se interpelen. Que haya bocinas, gestos, deseos que unan. Hay millones descubriendo encantados esa extraña sensación  que es el orgullo propio por méritos ajenos.
Los independentistas y los críticos están escondidos, con un perfil que roza el suelo. La prensa está volcada, la red de transporte público cambia el nombre de sus paradas con los apellidos de los jugadores. La Casa Real hace las maletas para ver en directo las semifinales y las empresas, inquietas ante la posibilidad de tener que devolver cientos de electrodomésticos o suscripciones gratuitas prometidas con una victoria en el Mundial.
Para Brel, ay Brel, Bélgica era un páramo "donde las minorías pelean en nombre de dos culturas que no existen". Este julio, sin embargo, el rojo y el negro si se abrazan, las gargantas saltan en el fuego de un antiguo volcán gritando como nunca"tous ensemble", "todos juntos", y el corazón de los amantes se abrasa feliz. "Ne me quitte pas" No todavía.
Pablo R. Suanzes. Bruselas. El Mundo, martes 10 de julio de 2018

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